Pintar mis hojas de verde
Era una mañana fría y ventosa, y yo estaba sentada a los pies de mi cama, examinando la carnicería. Por fin todo estaba tranquilo. La noche anterior la policía…
Shoshana Benjamin |
Era una mañana fría y ventosa, y yo estaba sentada a los pies de mi cama, examinando la carnicería. Por fin todo estaba tranquilo. La noche anterior la policía había llevado a mi violento esposo, quien alcoholizado había intentado terminar con mi vida. A pesar del drama y las lágrimas, y el saber que vieron a su padre saliendo de la casa, escoltado por un policía y un soldado, decidí que los niños debían ir a la escuela esa mañana. Debían ver que la vida continuaba. La policía se había llevado a mi violento esposo. Llamé al banco hipotecario para saber si habíamos hecho los pagos de los últimos cinco meses, y descubrí que debíamos una enorme suma de la que no sabía nada. Seríamos arrojados de la casa. Yo y ocho niños. Mi siguiente llamada fue al banco de la calle principal, donde descubrí que el descubierto había llegado al límite. Comencé a sentirme muy desesperada. En ese momento me pregunté que era lo próximo que debía hacer. «Si fuera una novela rusa, debería saltar desde el tejado o arrojarme bajo el tren» pensé. Entonces recordé a mis hijos. Ocho niños —todos menores de doce años. Y me di cuenta que yo era todo lo que tenían. Saliendo de la cama, decidí que muchas personas me necesitaban, y no debía permitirme el «lujo» de ser Ana Karenina, y fui a ducharme para hacer desaparecer el dolor de la noche anterior. Tras esto, oré por una bendición para tener las fuerzas que necesitaría para los tiempos problemáticos que me esperaban. Sintiendo la necesidad de inspiración divina, tomé un libro santo del estante y lo abrí. Frente a mi, en la página vi el famoso dicho citado de la Torá de que «El hombre es un árbol del campo». Sin darme cuenta había hallado la respuesta. Perdida en mis pensamientos, miré por la ventana por un breve instante y repentinamente lo vi. Había un árbol que había perdido sus hojas a causa del invierno, sus desnudas y frágiles ramas señalaban hacia el gris y nublado cielo. En ese momento decidí que un día, como el árbol, mis hojas crecerían nuevamente en la primavera. Serían exuberantes y verdes y hermosas, y mis hijos anidarían a su sombra. En los meses que siguieron, mis heridas comenzaron a sanar lentamente. Desde el comienzo las lágrimas brotaban de mis ojos cuando quiera que alguien me sonreía o me daba palabras de aliento. Eventualmente esto terminó cuando comencé a aprender que yo era una persona valiosa y que la vida existe más allá de mi propio y terrible dolor. Finalmente estaba libre de quince años de abuso emocional y físico. Mis quebradizas y secas ramas comenzaron a ablandarse, a medida que, lentamente, la savia comenzó a correr dentro de ellas. Pude comprarle a mis hijos las cosas que necesitaban. Perdí mucho peso, comencé a maquillarme por primera vez en quince años, y puse a un lado algo del dinero ganado duramente para comprar algunas vestimentas nuevas. Y me di cuenta que no estaba sola. A medida que emprendí el camino de la recuperación, Di-s estaba ahí para guiarme —con una oferta inesperada de trabajo, y buenos amigos que realmente me demostraron hasta dónde estaban conmigo —emocionalmente y, en forma ocasional, financieramente. Repentinamente pude comprarle a mis hijos las cosas que necesitaban y darles las oportunidades en la vida que nunca debían haberle sido negadas. Ahora podían tener excursiones escolares y zapatos nuevos, mientras que antes siempre había escasez de dinero en forma constante para esos gastos necesarios. Y todo eso fue hecho sin ninguna ayuda de mi ex marido, quien disfrutaba teniendo profundas conversaciones con mis hijos y comprándoles juguetes caros a cambio de su afecto, pero que no pagaba la manutención que debía o no contribuía con la cuenta del dentista. A un año de recibir mi divorcio, mis hijos y yo aun conservamos las cicatrices de lo que fue —y aun es —un divorcio muy doloroso. Aun tengo momentos de tristeza, y a pesar del hecho de que estoy rodeada por mis hijos, me siento muy solitaria. No es el lugar para describir el dolor que siente una mujer divorciada en una sociedad en la que es difícil sentirse completa si no está casada. Pero mis ramas no fueron arrancadas. Y puedo ver los verdes brotes que comienzan a surgir. Se que hay muchas mujeres como yo «ahí afuera». Algunas son divorciadas, mientras que otras aun están unidas en matrimonio con hombres abusadores. Todo lo que puedo decir a cualquiera de ustedes es que pueden estar «ahí afuera», pero no están solas. Di-s está con ustedes, y Él las guiará hacia el camino de la recuperación. Y Su sol brillará para ustedes si beben las aguas de la fe. Y lentamente sus hojas crecerán. |
Extraído de www.jabad.com |