Terminar en último lugar
Siempre me pregunté cuál es la motivación de alguien que corre un maratón y llega en último lugar…
La pareja amable en sus sesenta, de la mano llegando hacia la línea de llegada,–qué los hizo participar? Cada año unas 4.000 personas se alistan para participar en el maratón de la ciudad de Buenas Aires, unos 42 kilómetros de agotadora ruta que serpentea a través de todos los barrios porteños. De esos miles, sólo uno llegará primero. ¿Por qué las gente corre el maratón, sabiendo que tienen pocas posibilidades de llegar entre los diez primeros o incluso los mil?
Hice un poco de investigación, leyendo reseñas personales de corredores del maratón. En primer lugar, completar un maratón no se parece en nada a un paseo por el parque. Todos los corredores, incluso aquellos que terminan en último lugar, se preparan de antemano durante semanas con un gran entrenamiento. Hay una inmensa diferencia entre el corredor–incluso el que termina en último lugar–y los espectadores a los costados. Ninguno de los dos tiene ninguna esperanza de ganar la carrera; sin embargo los participantes tienen un contento interno y un sentido de satisfacción. Participan de la carrera; para ellos, sólo completar la propia maratón es un símbolo de valor y orgullo, y no tienen necesidad por un trofeo externo.
Parshat Behaloteja (Números 8-12) describe el campamento del pueblo judío en el desierto, y la manera en que viajaban. Después de escuchar la señal de las trompetas de plata especiales, las doce tribus de Israel empacaban su campamento, formados en un orden designado, y marchaban hacia el desierto. La tribu de Dan siempre marchaba en último lugar.
Su trabajo era estar a la retaguardia y recoger cualquier objeto dejado atrás–calcetines o quizás niños perdidos. Recogían todo cuando los demás se iban.
No es un rol muy glorioso. Ni tan impresionante como liderar las tribus, como lo hacía Judá, o transportar las vasijas sagradas como los Levitas. Pero era un trabajo que necesitaba hacerse.
Las enseñanzas del jasidismo explican que además de gerenciar el departamento de “Objetos Perdidos”, los miembros de la tribu de Dan también gerenciaban otro tipo diferente de “Objetos Perdidos”. Hay algo que la gente puede perder cuando está en la línea del frente, empapándose de gloria: pueden perder la perspectiva. Pueden perder su sensibilidad hacia otros y desconocer su propia falibilidad. Los “Danitas” podían devolver esto a las tribus que estaban a la delantera. Iban en último lugar pero participaban de la carrera, sus ojos fijos en la meta. Sin ninguna fanfarria, hicieron lo que se necesitaba hacer y se enfocaban en las necesidades de los demás. Con una mezcla maravillosa de bajo perfil y autoestima, no sentían ninguna necesidad de estar adelante. Sabían que estaban haciendo lo que Di-s necesitaba de ellos exactamente.
La tribu de Dan es mi inspiración, sobre todo en esos días cuando estoy bajoneada y me parece que el mundo pasa por mí. Los días en que nadie devuelve mis llamadas telefónicas o lee mis emails, y me siento como el último orejón del tarro. Estoy muy alejada de la crema y nata social, de los grandes apellidos de la sociedad, pero quizás hoy haya alguien que necesite una sonrisa de mí o esté algo alterado y yo puedo ayudarlos. Quizá alguien allí afuera necesita que alguien les devuelva sus llamadas y responda a sus emails. Hay un niño aquí que necesita mi completa atención mientras me acerca de su día. Vengo resoplando en último lugar, el viento me sopla en la cara. Nada es importante, todo es importante. Llego en último lugar, pero estoy en la carrera.
Jaia Shuchat