Vals del uno y del dos
Y uno y dos… un, dos tres…
¿Uno o dos? Uno es monótono. Uno es estanco. Uno es solitario.
¿Uno o dos? Uno es puro. Uno es sereno. Uno es perfecto, unánime, inequívoco.
¿Uno o dos? Dos es diferencia. Dos es insuficiente. Dos permite rencilla, conflicto y dolor.
¿Uno o dos? Uno es limitado. Dos son más limitantes aún. Pero dos que se convierten en uno, dos que complementan cada cual las virtudes del otro y satisfacen cada cual lo que el otro carece, logran perfección sin monotonía y desafío sin conflicto.
¿Uno o dos? Dos es desafío. Dos permite amor, unión, crecimiento. Dos conciben y crean.
Dos que se vuelven uno forjan sus energías finitas en el potencial infinito de regeneración y renacimiento.
¿Cómo pueden dos llegar a ser uno, verdaderamente uno?
El Círculo pleno
“Varón y mujer Él los creó”. No obstante, el hombre estaba solo.
En la creación, varón y mujer eran una única entidad, “un solo individuo con dos rostros”’.
Como un único individuo, el hombre estaba sin partido, sin desafío, sin el potencial para el crecimiento y la creación.
No obstante, Di-s no creó al varón y a la mujer como dos. Como dos, original e intrínsecamente dos, cada uno estaría atrapado en la exclusividad de su identidad. Su unión sería una “relación” en el mejor de los casos, una guerra en el peor.
Ninguno de ellos tendría capacidad para trascender la individualidad con que nació. Dos seguirían siendo dos, no importa cuán integrados.
De modo que Di-s los creó uno, y luego los separó en dos. Dos que pueden ahondar en sus personalidades divisas y descubrir su unidad primordial; dos que pueden unirse mutuamente y llegar a ser uno.
Basado en Sijot del Rebe
Nota: 1. Midrash Rabá, Bereshit 8:1.
Extraído y adaptado de “El Rebe Enseña”, Editorial Kehot Lubavitch Sudamericana