Shabat Zajor
El Shabat previo a Purim leemos, ademas de la Parsha, un extracto de Zajor
Amalek era un nieto de Eisav. Su padre fue Elifaz, el hijo mayor de Eisav, y su madre Timná, la concubina de Elifáz e hija de uno de los príncipes de Seir.
Nuestros Sabios dijeron: Timná era hija bastarda de Elifáz, pues éste había poseído a la esposa de Seir y de aquella relación nació Timna-. Cuando creció, procuró casarse con uno de los nietos de Avraham debido al gran renombre que habían adquirido entre las naciones. Se acercó a Iaacov, pero éste la rechazó a causa de su condición ilegítima. Entonces se dirigió a Elifáz -su propio padre-, quien la tomó como concubina. Así, Amalék fue un bastardo (mamzer) proveniente de una madre bastarda.
Elifáz se crió en casa de Itzjak y fue circuncidado a los ocho días de vida, pues Eisav circuncidó a todos sus hijos mientras su padre vivía. Por eso, Elifáz todavía mantenía un cierto grado de decencia. Su hijo Amalék, sin embargo, nació luego de que falleciera Itzjak; por lo tanto no fue circuncidado, y creció bajo el cuidado del malvado Eisav, de quien heredó un odio pertinaz hacia Iaacov y sus descendientes.
Eisav dijo a Amalék: “Mucho me he esforzado por aniquilar a Iaacov, pero no lo he logrado. ¡Ocúpate de vengarte por mí!”
Amalék le preguntó: “Cómo puedo tener esperanzas de prevalecer sobre él?”
Eisav contestó: “Haz tuya esta tradición: cuando los veas [a los descendientes de Iaacov] tambalear (o sea, débiles espiritualmente), ¡atacalos!”
Amalék vivió muchos años. Vio a Iaacov y a sus hijos descender a Egipto, y cuando fueron liberados doscientos diez años más tarde, aún seguía vivo. Cuando los vio esclavizados en Egipto, se dijo a sí mismo: “La venganza de mi abuelo Eisav se ha cumplido, pues nunca serán liberados de su esclavitud. Y aunque lo sean, yo los estaré aguardando en el camino como un oso depredador, y los aniquilare-”.
Los descendientes de Amalék se multiplicaron como espinas en el campo, se convirtieron en un pueblo, y él infundió en sus corazones un odio implacable y mortal hacia el pueblo de Israel. Al ver a los Hijos de Israel saliendo de Egipto, su odio estalló como una llama. Reunió a su pueblo y le tendió una emboscada. Y cuando Israel se encontraba fatigado y exhausto, se abalanzó sobre su gente y la atacó:
Y vino Amalék… (Exodo 17:8).
Amalek un pueblo que vino para lamer la sangre de Israel.
EL ODIO DE AMALEK HACIA EL PUEBLO DE ISRAEL
El odio profundamente arraigado que guarda Amalék hacia Israel no tiene paralelo con el de ningún otro pueblo antisemita. Mientras el rencor de otras naciones se ve ocasionalmente apaciguado, la aversión de Amalék es implacable y constantemente planea nuestra destrucción. Los demás enemigos del pueblo judío son sobornados y se aplacan, pero Amalek no se deja apaciguar con ningún recurso. Las otras naciones que procuraban destruir al pueblo de Israel, al ver abatirse sobre ellas el castigo de la mano de Di-s, de inmediato Sintieron miedo y se rindieron. Amalék, en cambio, nunca desistió ni se mostró vacilante. Pese a ser testigo de las maravillas y los milagros de Di-s, y presenciar su venganza contra los enemigos de Su pueblo, y a sabiendas de que sería castigado de atacar a Israel, no se vio disuadido de su propósito. Toda su esencia es el odio al pueblo de Israel, un odio que es puesto de manifiesto aunque no obtenga beneficio alguno a cambio, un odio sin motivo ni razón. Es un odio por el odio mismo; un odio que nunca cesa.
Cuando el sol de nuestro Patriarca Avraham comenzó a brillar sobre el mundo y rodos los pueblos de la tierra vieron que el Nombre de Di-s estaba sobre él, comprendieron que sería la fuente de sus bendiciones y lo consideraron “un príncipe de Di-s” entre ellos convirtiéndose en “padre dc una multitud de naciones”; Avraham –Av hamón Goim. La grandeza de Avraham radicaba en haber rechazado la idolatría v tornarse servidor de Di-s únicamente. A sus hijos y familia enseñó a comportarse de acuerdo a los mandatos de Di-s y a actuar con rectitud y justicia. Ishmael, su hijo mayor, se rehusó a seguir los pasos de su padre, y nunca pretendió ser su sucesor, dejando a su hermano, Itzjak, el legado espiritual de Avraham.
Itzjak tuvo a Eisav, quien cometió toda clase de aberraciones, incluyendo el robo, el homicidio y el libertinaje moral. No obstante, quería heredar ambos mundos. Cuando Di-s ordenó que las bendiciones correspondían sólo a Iaacov pues su vida era pura y todas sus acciones reflejaban su santidad y su amor hacia el prójimo, Eisav comprendió que sus designios no se verían cumplidos, que tanto la primogenitura como las bendiciones habían sido concedidas a Iaacov. Humillado, se marchó a la tierra de Seir, pero nunca abandonó la esperanza de convertirse en heredero de su padre. Por el contrario, se nutrió de un odio eterno hacia su hermano, un odio basado en los celos, y jamás dejó de pensar que la herencia de Itzjak algún día sería finalmente suya, mediante el engaño y no por derecho propio.
Eisav comprendió que no lograría destruir a Iaacov, pues El Guardián de Israel no dormita ni duerme (Salmos 121:4); por lo tanto, ordenó a sus hijos que se hicieran cargo de su venganza. Algunos de ellos abandonaron la esperanza de lograrlo, ya que se decían a sí mismos: “Nunca lograremos prevalecer sobre quien es protegido por el Rey del Universo. Nuestros propios bienes nos bastan y no abrigamos deseos de recibir el legado de Avraham e Itzjak, ni sus obligaciones, ni sus derechos”. Así, se apartaron del camino de Avraham e Itzjak, eligiendo vidas marcadas por una perversión incesante.
Entonces surgió un miembro vil de la familia de Eisav: Amalék, un descendiente de origen despreciable, hijo bastardo y perverso, ruin y degenerado, pérfido y depravado, quien se acercó a su abuelo y le dijo: “No temo a Di-s. No me avergüenza tu conducta ni la mía. No honraré los actos de los justos; aborrezco a ellos y a sus acciones. ¡Mías son la grandeza y la fortaleza! Libraré una guerra contra los hijos de tu hermano, quienes han heredado la grandeza que te pertenece. Lucharé contra ellos de frente y tendiéndoles emboscadas. Daré muerte a los rezagados y masacraré a sus más grandes figuras, hasta destruirlos a todos por completo”.
Mientras aún quedaba un vestigio de decencia en Eisav y en sus hijos, adquirida en la casa de Iaacov e Itzjak, no deseaban destruir la bondad y el esplendor que había en el mundo. Pero cuando nació este hijo, la encarnación misma del mal, sin nada de la fuente de la pureza, encontramos que: Y vino Amalék y luchó contra el pueblo de Israel… (Exodo 17:8).
Por eso, en el Futuro Venidero, todas las naciones del mundo que transitaron la senda del mal abandonarán sus conductas perversas y buscarán protección bajo las alas de la Divina Presencia (Shejiná); pero Amalék, carente de vestigio de decencia alguna, en quien todas sus acciones están encaminadas hacia el mal, su fin será la desaparición:
Porque alzó la mano contra el trono de Di-s, habrá guerra del Eterno contra Amalek de generación en generación (Exodo 17:16).