Lo que puede generar el encendido de la Menora
Siempre hubo algo en el encendido de la Menorá de Janucá. Quizás era saber que mis ancestros hacían exactamente lo mismo, que millones de judíos alrededor del mundo también estaban contemplando las velas.
No estoy segura, pero nunca me imaginé que el encendido de un candelabro pudiera generar un impacto en mi día a día.
Hace tres años decidí abandonar el judaísmo por completo. El Templo el cual acudía no era como lo imaginaba.
Pero por supuesto, cada año encendía la Menorá. Cuando mi hija ya era lo suficientemente madura como para apreciarlo, comencé a decorar la casa con banderas de Januca. Quizás en algún momento de la vida, ella también disfrutaría de la comodidad y seguridad que yo recibí de las velas ardientes.
El Templo que había abandonado, seguía enviándome revistas ocasionalmente, y ese año vi que varias sinagogas alrededor del mundo realizarían un encendido público del candelabro de Januca. Una Menorá gigante, ¡perfecto!, vestí a mi hija con un lindo vestido azul y le dije que veríamos una Menorá del tamaño de un árbol.
Resultó ser mucho menos teatral de lo que imaginé, sólo unas pocas personas asistieron. Había un pequeño puesto que repartía latkes y bebidas gratis. Cuando terminó, me fui hasta el auto. De pronto un Rabino se acercó y le dio a mi hija un collar con forma de Menorá.
“¿Asistes a una sinagoga?, preguntó.
“No”, respondí. Los recuerdos de los templos a los que había asistido eran los de la gente preocupándose más sobre mi trabajo y nivel social que de mi hija y yo como personas. Estos pensamientos me hicieron dudar sobre el Rabino.
El Rabino me pasó la dirección de su sinagoga. “¿Cuánto cuesta?” Pregunté.
Su rostro se levantó. “Me dedico a esto”, dijo. “No tiene costo”. Yo estaba sorprendida.
Entonces asistí a Jabad Lubavitch. Sí, fue raro. Me costaba seguir los rezos, pero las personas eran amistosas. Entonces volví a ir, a pesar de que ir a una sinagoga de Jabad, si no fuiste criado en un mundo de judaísmo, es como bucear antes de haber aprendido a nadar.
La esposa del Rabino, Débora, me convenció a que inscribiera a mi hija a la Escuela Hebrea de los domingos.
El primer día hicieron una fábrica de Shofar, y a mi hija le encantó.
En mi camino de vuelta, el Rabino me dijo: “Mira lo que el encendido de una Menorá puede generar”. Sonreí, pero no pensé mucho sobre ello.
El tiempo ha pasado, y ahora no puedo olvidarme de las palabras del Rabino. Mi hija finalizó un año en la escuela y ahora está aprendiendo un nuevo idioma, hebreo. Ella está orgullosa de todos sus proyectos, y contenta con sus nuevos amigos.
Debido a que había disfrutado tanto de la escuela de los domingos, la inscribí en un preescolar de Jabad. Ella ama a sus maestras, y estoy contenta por mi decisión. Después de tanto hablar con Débora, también asistió al campamento de verano. Mi hija está generando memorias que podrá atesorar para toda su vida.
Eso es lo que el encendido de una Menorá puede hacer.