Vayera
Una de las cosas que me encanta del judaísmo es su irreverencia ocasional.
Tengan paciencia mientras revisamos un episodio intrigante registrado en la porción de la Torá de esta semana.
El tercer día después de la circuncisión de Abraham, Di-s lo visita para aliviar su dolor. El clima es particularmente caluroso para evitar que los viajeros molesten a Abraham. Pero el hospitalario y sociable Abraham se sienta a la entrada de su tienda, angustiado por la falta de visitantes, y por eso Di-s le envía tres ángeles disfrazados de humanos. Abraham corre para atender a sus visitantes.
Abraham le dice a Di-s: “¡Mi Señor! Si ahora he hallado gracia ante tus ojos, te ruego que no te alejes de tu siervo. (Gén. 18:4)
Rashi proporciona dos explicaciones para este versículo: 1) Abraham se dirige al más prominente de sus invitados y le pide a él y a los demás que no pasen por su tienda sin aprovechar su hospitalidad; y 2) Abraham se dirige a Di-s, pidiéndole que esté a su lado mientras alimenta a sus invitados.
La segunda explicación me parece fascinante.
El Talmud explica además: “Dijo Rav Yehudah en nombre de Rav: Esto es para enseñarnos que recibir invitados es mayor que recibir la Presencia Divina”. (Shavuot 35b)
Imagine el siguiente escenario durante la antigüedad de dictadores o déspotas.
Tu monarca, el gobernante más poderoso del mundo que puede decidir tu destino a tu antojo, te ha privilegiado con su visita personal. De pie entre su gloriosa audiencia, te das cuenta de los vagabundos rezagados a quienes parece que les vendría bien una comida caliente y una ducha. Sólo un individuo trastornado se excusaría para cuidar de estos nómadas.
O, en términos más contemporáneos:
Después de meses de esfuerzo y de utilizar todas tus conexiones, has logrado conseguir un encuentro con un poderoso hombre de negocios que puede cambiar el curso de tu carrera. Cuando comienza su discurso, suena su teléfono celular y el identificador de llamadas le informa que un vendedor telefónico desconocido está en la línea. Tendrías que ser un tonto inestable para pedirle a este rico magnate que espere mientras atiendes la llamada.
Y, sin embargo, eso fue precisamente lo que hizo Abraham. ¡El Rey de Reyes vino personalmente a visitarlo y le pide que espere mientras prepara un poco de lengua con mostaza para alimentar a los extraños!
Pero supongamos que esos nómadas rezagados o ese irritante vendedor telefónico no fueran en realidad un extraño no identificado, sino el hijo de su monarca o la hija de su rico magnate, que por cualquier motivo solicita su ayuda. El escenario cambia por completo; el temerario acto de descaro se convierte en el mayor acto de compasión.
El Talmud nos enseña que todo ser humano es un hijo de Di-s. Y así como todo padre renunciaría a su honor personal y esperaría voluntariamente mientras usted atiende a su hijo, esto también es el mayor placer de Di-s.
En cuanto al descaro del judaísmo, a veces una aparente falta de respeto oculta la mayor reverencia.
Por Chana Weisberg