Los campesinos ya estaban un poco borrachos y empezaron a maldecir a los judíos
Por Itzjak Buxbaum
Un día, el rebe David de Dinov estaba celebrando la festividad de Purim en la sinagoga con sus jasidim; la celebración había empezado por la tarde y siguió con todas sus fuerzas durante la noche. Todos estaban disfrutando la comida y el licor, como es costumbre. Los músicos tocaban, los jasidim cantaban y bailaban, e imperaba la alegría hasta el punto en que, en su sagrada embriaguez, ya no supieron diferenciar entre «bendito sea Mordejai» y «maldito sea Hamán». Parecía como si no hubiera más maldad en el mundo, como si todo fuera sagrado, todo fuera bueno.
Pero a pesar de que estaban alegres, todos tenían la misma preocupación en mente: había un rumor que decía que los gentiles de Dinov estaban planeando un pogrom que se llevaría a cabo a un mes de aquel día, en Pésaj, cuando los campesinos borrachos incitados por sus sacerdotes solían hacerlos. Se decía que el pogrom sucedería en la primera noche de Pésaj, cuando todos los judíos estuvieran en sus casas, celebrando el Seder. De hecho, el rebe David había escuchado que estos antisemitas estaban reunidos en ese mismo momento en una taberna del lado gentil del pueblo para planear sus maldades.
Alrededor de la medianoche, el rebe David les dijo a sus jasidim a la mesa: «Hemos hecho algo bueno aquí en la sinagoga para acabar con Amalek. Pero ¿quieren terminar el trabajo? ¿Quieren acabar realmente con Amalek?”.
Los jasidim respondieron: «Sí, rebe, ¡estamos listos!».
«Si su respuesta es sí», dijo el rebe David, «¡entonces canten y bailen conmigo con toda su alma y todo su corazón!».
El rabino guio a los jasidim en un canto alegre y bailaron con un desenfreno extático. Cantaron la melodía jasídica una y otra vez hasta que todos entraron completamente —incluidas sus cabezas, pies y hasta sus botas— en el reino divino de la alegría.
En el medio de este canto y baile exuberante y eufórico, que llevó a todos los presentes a las alturas de un alegre éxtasis, el rabino de pronto los convocó: «Ha llegado el momento. ¡Vamos!». Se levantó y guio a los jasidim y a los músicos afuera de la sinagoga, y todos se amontonaron en los carros y comenzaron a recorrer las calles —con los músicos tocando y los jasidim cantando— en dirección al barrio gentil.
Dinov era un pueblo pequeño, por lo que llegaron al barrio gentil en pocos minutos. El rebe los llevo directamente a la taberna en la que los antisemitas trazaban sus planes; los jasidim bajaron de los carros y siguieron al rebe hacia la taberna, todos cantando y bailando en un alegre desenfreno.
Para ese momento, los campesinos ya estaban un poco borrachos y empezaron a maldecir a los judíos. Pero justo en ese momento entró el rebe David, sagrado, puro y brillante como un ángel de Di-s. Entró y caminó directamente hacia el líder de los antisemitas, tomó su mano y comenzó a bailar con él. Entonces todos los jasidim tomaron de la mano a los antisemitas y comenzaron a bailar con mucha alegría. Todo el lugar se llenó de santidad y dulzura.
Luego de una hora o dos de baile y canto, se sentaron para descansar, y los campesinos y los jasidim se reunieron alrededor del rebe David, quien se dirigió a los campesinos y dijo: «Mis queridos hermanos, hay algo que debo preguntarles. Estoy muy feliz de estar con ustedes, y estoy muy contento de haber venido. Pero debo decirles: ¡he escuchado que odian a los judíos! ¿Hay alguien aquí que nos odie?».
El líder de los antisemitas, mirándose los pies, negó con la cabeza y, avergonzado, dijo: «No, ¡eso no es verdad!». Todos los campesinos se miraron entre sí, y cada uno dijo: «¡Yo no! Tal vez otro; ¡yo no odio a los judíos!».
«He escuchado un increíble rumor —¡aunque estoy seguro de que no es verdad!— que decía que estaban planeando un pogrom contra nosotros», dijo el rebe.
«¡Nosotros no!», dijo el líder mientras miraba a su alrededor evasivamente y se sonrojaba de vergüenza frente a los demás conspiradores.
«Si es así», dijo el rebe David, «¿por qué no habríamos de ser los mejores amigos?».
Todos los campesinos estaban tan conmovidos por la santidad y el amor del rebe que exclamaron: «¡Sí, rebe, sí! ¡Sé nuestro mejor amigo!».
Y entonces comenzó el verdadero baile.