El Papel de la Mujer
Una joven mujer soltera estaba comentando con el Rebe sobre algunos candidatos posibles que le habían sido sugeridos, y explicaba porqué ninguno de ellos la atraía.
El Rebe sonrió: ”Has leído muchas novelas románticas”, dijo. “El amor no es la emoción abrumadora y enceguecedora que encontramos en el mundo de la ficción. El verdadero amor es una emoción que se intensifica a lo largo de la vida. Son los pequeños actos cotidianos de la cercanía los que hacen florecer el amor. Es compartir, cuidar y respetar al otro. Es construir una vida juntos, una familia y un hogar.
Cuando dos vidas se unen para formar una, llega un momento en que cada uno se siente una parte del otro, en que cada uno no puede ver la vida sin el otro a su lado.”
La Torá es muy clara en cuanto a los diferentes papeles y características impartidas por el Creador al hombre y a la mujer.
El hombre es un “conquistador”, a quien se le encargó enfrentar y transformar un mundo que se resiste, frecuentemente hostil. Con este fin, se lo ha abastecido de una naturaleza agresiva y extrovertida, una naturaleza que debe aplicar constructivamente en la guerra de la vida, la guerra de combatir lo negativo afuera y redimir las oportunidades y los elementos positivos retenidos prisioneros en los rincones más espiritualmente desolados de la creación de D-os.
La mujer es su opuesto diametral. Su naturaleza intrínseca es la de la no-confrontación, introvertida, modesta. Pues mientras el hombre enfrenta a los demonios afuera, la mujer cultiva a la pureza adentro. Ella es el sostén del hogar, quien nutre y educa a la familia, la tutora de todo lo que es santo en el mundo de D-os. “Toda la gloria de la hija del rey es interior”.
Pero “interior” no significa necesariamente “entre cuatro paredes”. También la mujer tiene un papel que se extiende más allá del hogar, también a la más foránea de las hijas y a la más pagana de las tierras. La mujer que ha sido bendecida con la aptitud y el talento de influir sobre sus hermanas, puede y debe, ser “saliente”, abandonando periódicamente su refugio de santidad para alcanzar y movilizar a aquellas que han perdido contacto y dirección en sus vidas.
Y cuando lo hace, no precisa, ni debe, asumir la postura guerrera del hombre. El enfrentamiento y la conquista no son la única manera de tratar con el mundo exterior; también hay una manera femenina, una manera compasiva, modesta y suave de extraer bondad de la maldad que chispea afuera. El enfrentamiento es frecuentemente necesario, pero es también tan frecuentemente ineficaz e incluso pernicioso. Hasta la más fiera de las batallas requiere del toque femenino de la mujer.
Basado en Likutéi Sijot, Vol XXXV, Pág. 150-155 y extraído del libro El Rebe Enseña, Vol III.