La Historia humana en 12 palabras
El libro de Génesis, el primero de los cinco libros de la Torá, narra las vidas de los padres y madres fundadores de la humanidad en general y de la nación judía en particular: Adám y Javá, Noaj, Avraham, Itzjak y Iaacov; Sará, Rivká, Rajel y Leá; Iosef y sus hermanos. Más que historia, sus vidas son modelo de las nuestras; en ellas hallamos los precedentes para cada uno de nuestros desafíos y experiencias.
El libro de Génesis consiste de doce secciones (parshiot), la última de las cuales, Vaiejí, es la Lectura de la Torá de esta semana. Las doce secciones de Génesis son: Bereshit, Noaj, Lej Lejá, Vaierá, Jaié Sará, Toldot, Vaietzé, Vaishlaj, Vaiéshev, Miketz, Vaigash y Vaiejí.
El nombre de cada cosa es la articulación de su esencia. Cada uno de estos doce nombres encarna toda una sección de la Torá, encapsulando el tema común y esencial de las numerosas narraciones de la Sección. De modo que si tomamos estos doce nombres y los leemos en sucesión, como una suerte de código de estenografía, obtendremos una enumeración sinóptica de la historia humana: el propósito de nuestra creación, la transformación del alma de una entidad totalmente espiritual a un ser humano físico, la manera en que desarrollamos nuestra personalidad y ambiente, y la concreción definitiva de nuestra misión en la vida.
La versión de doce palabras de la historia humana se lee de esta manera:
Bereshit — Propósito
Noaj — Tranquilidad
Lej Lejá — Viaje
Vaierá — Visión
JaiéSará — Fortalecimiento
Toldot— Producción
Vaietzé — Excursión
Vaishlaj — Delegación
Vaieshv — Integración
Miketz — Fin
Vaigash — Unión
Vaieji — Vida
Propósito
Si hay una única pregunta básica que todos los “ísmos” y sistemas de valores deben encarar, es ésta: ¿El mundo existe en beneficio de sí mismo, o en aras de algún otro objetivo mayor? ¿Hay algún propósito axiomático alrededor del cual gira nuestra existencia, o nuestra existencia es su propio axioma?
Bereshit es la palabra de apertura de la Torá y el nombre de su primera sección. La palabra significa “al principio”, y comienza la narración de la Torá acerca de la creación del mundo: “Al principio creó Di-s los cielos y la tierra…”. Pero además de su significado literal, bereshit expresa el axioma de que Di-s creó el mundo para servir un propósito. Nuestros Sabios destacan que la palabra bereshit comienza con la letra bet, la segunda del alfabeto hebreo. La historia de la creación, está diciendo la Torá, no comienza con la creación del mundo por parte de Di-s; hay algo que la precede y en razón de ello es que tuvo lugar.
Bereshit es también sigla de las palabras bet reshit (”dos primeros”), una referencia a los dos componentes primarios del propósito de la creación, ambos llamados reshit: la Torá (llamada reshit en Proverbios 8:22) y el pueblo de Israel (Jeremías 2:3). La Torá es la guía que delinea cómo ha de cumplirse este propósito, y el pueblo de Israel es el actor principal en su concreción.
Tranquilidad
Habiendo establecido que la creación tiene un propósito, procedemos ahora al nombre de la segunda sección de la Torá, Noaj, que transmite cuál es este propósito: transformar una existencia caótica en un mundo armonioso.
“Di-s deseó una morada en las planos inferiores”. Con estas palabras describieron nuestros Sabios el móvil de Di-s para la creación del mundo. Los “planos inferiores es nuestro mundo físico, uno cuya aspereza y diversidad disfrazan lo sublime y singular de su fuente Divina. Di-s deseó que este plano inferior fuera transformado en una morada” para Él, en un lugar receptivo a Su presencia, en un lugar en el que Él “Se siente en casa”; que este ambiente desgarrado por la diversidad y el conflicto sea transformado en un mundo tranquilo, un mundo en paz consigo mismo y con su Creador.
Noaj —el nombre significa “tranquilidad”— logró esto en un nivel microcósmico cuando creó una isla de tranquilidad en medio de las turbulentas aguas del Diluvio: una isla flotante que contuvo especímenes de cada animal, pájaro y planta, y en la que, durante 365 días, el león vivió en paz con el cordero. Por supuesto, el mundo mesiánico de Noaj fue temporario y abarcó apenas un único y minúsculo rincón de la creación; el deseo Divino es que nosotros transformemos todo el mundo en un “arca de Noaj” de serena perfección.
Noaj significa también “satisfacción”, una referencia al hecho de que este propósito tiene significación sólo porque satisface el deseo Divino de “una morada en los planos inferiores”. La creación de un mundo tranquilo no puede ser un fin en sí mismo; de no haber sido creado el mundo, no hubiera habido ninguna entidad en conflicto sobre la cual haya necesidad de imponer tranquilidad. El empeño de hacer del mundo un hogar para Di-s es significativo sólo porque Di-s así lo desea.
Viaje, Visión y Fortalecimiento
La existencia creada es con un fin determinado, siendo el propósito la satisfacción del deseo Divino de una morada serena sobre la tierra. Para cumplir este propósito, el alma humana es despachada al mundo físico, imbuida con una visión de propósito, y dotada de la capacidad de integrar esta visión en todos los componentes de su psiquis y carácter.
Lej Lejá (“Vete, tú”), la tercera sección de Génesis, deriva su nombre de su versículo de apertura: “Y Di-s dijo a Avram: ‘Vete, tú, de tu tierra, de tu lugar de nacimiento y de la casa de tu padre, a la tierra que Yo te mostraré”. Ésta, dicen los maestros jasídicos, es la ordenanza emitida a cada alma antes de ingresar a este mundo: parte de tus orígenes excelsos, de tu estado de unidad con Di-s, para trasladarte a un lugar foráneo y desconocido. Desciende de tu lugar natal espiritual para entrar a un mundo y cuerpo físicos, pues ésta es “la tierra que Yo te mostraré”, el escenario en el que se cumplirá tu misión en la vida.
El alma, sin embargo, no va sola. Es fortalecida con una visión (Vaierá, “Y Él Se reveló”, del versículo “Y Él (Di-s) Se reveló a Avraham”) de la verdad Divina, una visión que será su luz orientadora en su esfuerzo por hacer del mundo un lugar hospitalario a la Presencia Divina.
Pero con sólo una visión no basta. A menos que la visión sature el alma, permeando cada uno de sus recovecos y hendiduras, será poco más que una teoría abstracta o una “creencia religiosa”, con limitado efecto sobre la vida cotidiana de la persona. Si nuestra visión de Di-s ha de servir como el foco de nuestras vidas, debe volverse el objeto de nuestra voluntad, la percepción de nuestra mente y el anhelo de nuestro corazón.
Este es el mensaje implícito en el nombre de la siguiente sección de la Torá, Jaié Sará (“La Vida de Sará”). La quinta sección de Génesis comienza con el versículo: “Y la vida de Sará fue cien años, veinte años, y siete años”. En el lenguaje de la Cabalá, el número “cien” representa la facultad de Voluntad, “veinte” implica el intelecto, y “siete” se refiere a las emociones, la Torá nos está diciendo que todos los aspectos de la psiquis de Sará y su personalidad estaban fortalecidos por la visión de Di-s por parte de su alma.
Producción, Auto-Extensión y Delegación
Sabemos por qué estamos aquí, y que se nos ha provisto con la visión y los recursos espirituales para llevarlo a cabo. Ahora es momento de ponerse a trabajar.
La palabra Toldot —el nombre de la sexta sección de Génesis— significa “progenie” y “productos”. “Los toldot de los justos, dicen nuestros Sabios, son sus actos de bien”. Los ladrillos con los cuales se construye la terrenal “morada para Di-s” son las mitzvot, los actos que transforman un recurso físico en un objeto de la voluntad Divina.
Con santificar la propia vida y el entorno a través de la ejecución de mitzvot no basta: uno también debe extenderse a sí mismo (Vaietzé -“Y salió”) a lugares y gente que se encuentran fuera del propio ambiente inmediato. La sección de Vaietzé relata cómo Iaacov abandonó el sagrado ambiente del hogar paterno y las Casas de Estudio de Shem y Ever, donde había pasado la primera mitad de su vida en “las “tiendas de Torá”, para viajar a la pagana Jarán y al manipulador Laván, donde tuvo que lidiar con un mundo materialista y hostil durante veinte laboriosos años. Pero fue allí donde Iaacov logró el pico de su crecimiento personal y donde fundó la nación de Israel. Vaishlaj (“Y envió”, del versículo: “Y Iaacov envió mensajeros angelicales a su hermano Eisav”)