Las Damas Primero
Aun en este día y época, la mayoría de las mujeres aceptan graciosamente la tradicional regla de «las damas primero», tanto si se trata de salir de un barco que se está hundiendo o pasar a través de la entrada de un salón de baile. Comúnmente percibida como una concesión al género más débil por el más fuerte, la regla está realmente fundamentada en una razón muy diferente, al menos según la tradición judía.
Cuando Di-s instruyó a Moisés para que preparara al pueblo de Israel para recibir la Torá en el Monte Sinaí hace unos 3.300 años, dijo: «Habla a la casa de Jacob, y di a los hijos de Israel» (Éxodo 19:3). La «casa de Jacob», explican nuestros sabios, son las mujeres; «los hijos de Israel», los hombres. En otras palabras, habla primero con las damas.
Hasta ese momento la regla era «los hombres primero». Adán, como todos sabemos, fue creado antes que Eva. Noé y sus hijos entraron primero al arca, seguidos por sus esposas —al menos en ese orden están registrados en Génesis 7:13 (una situación de un «barco que se hunde» a la inversa, si desean). Cuando Jacob viajó con su familia, los varones iban delante y las mujeres detrás de ellos (Génesis 31:17) mientras que Esaú puso a las mujeres antes que los hombres (Ibíd. 36:6); los sabios toman nota de esta diferencia y ven a esto como un indicador de la superioridad moral de Jacob sobre su hedonista hermano.
¿Entonces por qué Di-s dio la Torá primero a las mujeres? El Midrash da varias explicaciones. Para empezar, las mujeres son más religiosas que los hombres (lo que demuestra que ciertas cosas no han cambiado en todos estos siglos); que ellas acepten la Torá, los hombres también estarán de acuerdo (otra cosa que no ha cambiado). De acuerdo con Rabí Tajlifa de Cesárea, es lo contrario —las mujeres son las rebeldes, por lo que deben ser ganadas primero: «Di-s se dijo: Cuando creé el mundo, le ordene primero a Adán, y sólo entonces se le ordenó a Eva, con el resultado de que ella trasgredió y alteró al mundo. Si no hablo a las mujeres primero, ellas anularán la Torá».
La enseñanza jasídica indaga más profundamente y encuentra la explicación en la esencia de la masculinidad y femineidad. El hombre deriva de la «línea de luz» (kav) que penetra el vacío (makom panui) formado por Di-s para crear el mundo. Pero resulta que el makom panui no es un «vacío» absoluto —un residuo de la luz divina permanece atrás, formando un éter de Divinidad que llena y subyace en nuestra existencia. Es de ese «residuo» de donde deriva el componente femenino de la creación.
Por lo tanto el hombre es un actor, un conquistador; su rol en la creación es hacer desaparecer las tinieblas terrenales y hacer descender luz de los cielos. La mujer es una cultivadora, que se relaciona con lo que está más que con lo que debe ser hecho, hallando Divinidad dentro del mundo en lugar de importarlo desde afuera.
Ambos son integrales para e plan del Creador: nuestra misión en la vida es traer a Di-s al mundo (el papel masculino) y hacer del mundo un hogar para Di-s (la especialidad de la mujer); disipar las tinieblas (hombre), y descubrir la luz implícita dentro de las tinieblas (mujer).
Durante los primeros veinticuatro siglos de la historia, la humanidad tuvo las manos ocupadas combatiendo las tinieblas. Por lo tanto el componente masculino dominó. Pero vino el día en que Di-s, quien anhelaba el hogar que deseaba desde que creó el mundo, se preparó para revelarse en la cima de una montaña en el Desierto de Sinaí y transmitir a Su pueblo elegido una Torá que delineaba los planos para la construcción de Su hogar. El hombre aun tenía que combatir, pero todas sus batallas desde ese momento estarían fundadas en el principio de que, en el fondo, el mundo es un lugar Divino.
Es momento de hablar con las damas, le dijo Di-s a Moisés.
Cuando Di-s instruyó a Moisés para que preparara al pueblo de Israel para recibir la Torá en el Monte Sinaí hace unos 3.300 años, dijo: «Habla a la casa de Jacob, y di a los hijos de Israel» (Éxodo 19:3). La «casa de Jacob», explican nuestros sabios, son las mujeres; «los hijos de Israel», los hombres. En otras palabras, habla primero con las damas.
Hasta ese momento la regla era «los hombres primero». Adán, como todos sabemos, fue creado antes que Eva. Noé y sus hijos entraron primero al arca, seguidos por sus esposas —al menos en ese orden están registrados en Génesis 7:13 (una situación de un «barco que se hunde» a la inversa, si desean). Cuando Jacob viajó con su familia, los varones iban delante y las mujeres detrás de ellos (Génesis 31:17) mientras que Esaú puso a las mujeres antes que los hombres (Ibíd. 36:6); los sabios toman nota de esta diferencia y ven a esto como un indicador de la superioridad moral de Jacob sobre su hedonista hermano.
¿Entonces por qué Di-s dio la Torá primero a las mujeres? El Midrash da varias explicaciones. Para empezar, las mujeres son más religiosas que los hombres (lo que demuestra que ciertas cosas no han cambiado en todos estos siglos); que ellas acepten la Torá, los hombres también estarán de acuerdo (otra cosa que no ha cambiado). De acuerdo con Rabí Tajlifa de Cesárea, es lo contrario —las mujeres son las rebeldes, por lo que deben ser ganadas primero: «Di-s se dijo: Cuando creé el mundo, le ordene primero a Adán, y sólo entonces se le ordenó a Eva, con el resultado de que ella trasgredió y alteró al mundo. Si no hablo a las mujeres primero, ellas anularán la Torá».
La enseñanza jasídica indaga más profundamente y encuentra la explicación en la esencia de la masculinidad y femineidad. El hombre deriva de la «línea de luz» (kav) que penetra el vacío (makom panui) formado por Di-s para crear el mundo. Pero resulta que el makom panui no es un «vacío» absoluto —un residuo de la luz divina permanece atrás, formando un éter de Divinidad que llena y subyace en nuestra existencia. Es de ese «residuo» de donde deriva el componente femenino de la creación.
Por lo tanto el hombre es un actor, un conquistador; su rol en la creación es hacer desaparecer las tinieblas terrenales y hacer descender luz de los cielos. La mujer es una cultivadora, que se relaciona con lo que está más que con lo que debe ser hecho, hallando Divinidad dentro del mundo en lugar de importarlo desde afuera.
Ambos son integrales para e plan del Creador: nuestra misión en la vida es traer a Di-s al mundo (el papel masculino) y hacer del mundo un hogar para Di-s (la especialidad de la mujer); disipar las tinieblas (hombre), y descubrir la luz implícita dentro de las tinieblas (mujer).
Durante los primeros veinticuatro siglos de la historia, la humanidad tuvo las manos ocupadas combatiendo las tinieblas. Por lo tanto el componente masculino dominó. Pero vino el día en que Di-s, quien anhelaba el hogar que deseaba desde que creó el mundo, se preparó para revelarse en la cima de una montaña en el Desierto de Sinaí y transmitir a Su pueblo elegido una Torá que delineaba los planos para la construcción de Su hogar. El hombre aun tenía que combatir, pero todas sus batallas desde ese momento estarían fundadas en el principio de que, en el fondo, el mundo es un lugar Divino.
Es momento de hablar con las damas, le dijo Di-s a Moisés.
POR YANKI TAUBER