Menajem Av y su rayo de luz
La tristeza del mes de Menajem Av disminuye con una fecha de alegría: el día 15. Varios son los eventos que hacen al paréntesis de nuestro duelo.
Durante la época del Beit Hamikdash, el día 15 de Menajem Av era conmemorado con un feriado popular.
La mayor parte de la cosecha ya había sido recogida, y el espíritu de gratitud hacia el Creador colmaba los corazones del pueblo.
El fin de las labores campesinas alivianaba el peso de las arduas y constantes horas de labor anteriores, brindándole a cada judío la posibilidad de dedicar horas extras al estudio de la Torá, en adición al tiempo mínimo que, durante el trajín diario, había existido.
En ese día, las hijas de Jerusalem solían salir vestidas de blanco, con ropas que habían sido prestadas, tanto las que provenían de hogares humildes como aquellas que estaban rodeadas de abundancia. Con ello se evitaba que, quien no tuviera vestimentas blancas, pasara vergüenza.
Así paseaban por los viñedos, bailando y cantando, y buscaban su pareja.
El acto del préstamo en sí se convertía en un gesto magnífico, demostrando la unión y el deseo mutuo de ayudarse, que era característico del pueblo judío.
Aún la hija del Rey, la princesa, debía pedir prestado. Y no cabe la menor duda de que en el palacio no faltaban vestidos festivos.
Cronológicamente, ordenaríamos los eventos del día de la siguiente manera:
Como ya hemos mencionado en esta publicación, la actitud de los judíos frente al reporte negativo de los espías que mandara Moisés a la Tierra de Canaan, el llorar creyendo que la tierra era inexpugnable aún para el Creador, pidiendo el regreso a Egipto – les valió una pena acorde.
Di-s decretó que los integrantes de esta generación, desde los 20 hasta los 60 años de edad, no vivirían para ver la Tierra prometida. Allí comenzó el deambular del pueblo judío por el desierto durante cuarenta años.
Cada año, al llegar el 8 de Av, día anterior al que lloraron vanamente y sin motivo, se anunciaba a través del campamento:
-¡Cavad vuestras tumbas!
Cada uno salía y cavaba una fosa, en la cual se acostaba a dormir esa noche, ignorando si se levantaría con vida a la mañana siguiente.
Por la mañana, un nuevo anuncio decía:
-¡Que los vivos se separen de los muertos!
Los sobrevivientes despertaban y salían de sus fosas, mientras que miles de sus hermanos yacían muertos en las fosas.
En el año cuarenta, cuando llegó el 9 de Av, los hijos de Israel cumplieron con su ritual anual. Pero a la mañana siguiente, para sorpresa de todos no hubo muertos.
Pensaron que seguramente habían hecho mal sus cálculos, equivocando la fecha en que se encontraban. Y volvieron a pernoctar en sus tumbas al día siguiente.
Pero también entonces, todos volvieron a levantarse con vida.
Así fueron haciendo sucesivamente hasta el día 15, que, en vista que el calendario hebreo es un calendario lunar, y en esa fecha la luna está llena, no ofrecía posibilidad alguna respecto a la fecha en que se encontraban, y viendo la luna, supieron que el día 9 había pasado.
Di-s había perdonado el remanente de la generación pecadora, haciéndose obvio de que los supervivientes llegarían con vida para ver la Tierra Prometida.
Desde ese momento, el 15 de Av se convirtió en una ocasión de especial regocijo.
Otro evento importante, tuvo lugar en esa misma fecha, durante la época del Primer Templo de Jerusalem.
El reino de Salomón se había dividido. La casa de David seguía reinando en el Sur de Israel, mientras que en el norte, un rebelde se había sublevado, Ieravám ben Nebat, dividiendo a Israel en los reinos de lehudá e Israel, respectivamente.
Ieravám deseaba alejar al pueblo bajo su dominio, de la posibilidad de adherirse al Reino de lehudá, a la Casa de David. Y el Templo de Jerusalem, hacia donde la Torá nos ordena peregrinar en tres ocasiones anuales, Pesaj, Shavuot y Sucot, se encontraba justamente allí.
¿Qué hizo? Mandó erigir dos templos idólatras al norte y al sur de su reino, con un becerro de oro en cada uno de ellos, para suplantar al Templo de Jerusalem.
Su acción logró, parcialmente, su cometido.
La confusión de sus súbditos era tal, que muchos se unieron al nuevo culto idólatra.
Pero la gran mayoría continuaba fiel a su Di-s invisible y esperaba con nostalgia el momento de volver a peregrinar a Jerusalem.
Para evitar que estos se acerquen al Templo de Jerusalem, mandó colocar sobre la frontera guardias fuertemente armados, que castigaban severamente todo intento de pasar hacia el otro lado.
Posteriormente, cuando Hoshea ben Eila (último de los Reyes de las “Diez Tribus” del Reino de Israel) ascendió al trono – gobernó desde el ano 3180 (580 antes de la E. Común) hasta el año 3205 (555 antes de la E.C.)- abolió el sistema de guardias impuesto por Ierabam, permitiendo libremente el paso de todos aquellos que quisieran presentarse en la Casa Sagrada, en Jerusalem.
Esto ocurrió el 15 de Av.
Muchos años después, luego de la destrucción del Segundo Templo, tras el aplastamiento de la rebelión de Bar Kojba y la caída de Betar, los crueles gobernantes romanos impidieron categóricamente que se diese sepultura a la enorme cantidad de caídos.
Por mucho tiempo los cuerpos permanecieron en el lugar donde habían sido asesinados. Milagrosamente, sin embargo, éstos se mantuvieron frescos y no se descompusieron. Parecía como si estuvieran tan sólo durmiendo.
El 15 de Av, finalmente, el invasor otorgó permiso para llevar a los cadáveres a su descanso eterno.
Hoy en día, este día se observa con la omisión de ciertos pasajes de las plegarias diarias, “Tajanún”, “Al naharot Babel”, etc. y, como toda fecha de nuestro calendario, debe servirnos para meditar sobre su significado y las lecciones que de él podemos extraer.