Milagro en Bagdad
¿Por qué la Hagadá de Pesaj comienza con una invitación: “Todos lo que tienen hambre, que entren y coman”? Una historia muy interesante que nos indica la importancia del amor al prójimo.
Era mediodía cuando un anciano viajero entró al barrio judío en Bagdad.
El mercado, en donde los proveedores de varías tierras vendían sus telas, especias y otras cosas, se veía vacío aquel día. Se acercó al edificio más grande de la sección, convencido de que allí debería ser la gran sinagoga. Siguió su camino hasta que entró a su patio y se sentó a descansar, abriendo su pequeña bolsa y sacando algunos higos secos para renovar su fuerza.
No mucho después de haber empezado a comer, se dio cuenta de una conmoción dentro del santuario. Espió dentro, y vio cientos de Judíos recitando Salmos con lágrimas. “¿Qué ha pasado”? le preguntó al primer judío que pudo ver. Rápidamente, y con voz desesperada, el hombre le contó la historia lo mejor que pudo.
El Sultán había declarado que el pueblo Judío de Bagdad debería poseer un líder que produjera milagros como Moisés lo había hecho. Debido a que Moisés fue el líder del Pueblo Judío en Egipto, y era capaz de hacer milagros, el Sultán esperaba lo mismo del líder de los judíos en Bagdad.
Si no podía producir tales milagros, los judíos serían expulsados de Bagdad. Es por esto que estaban ayunando y orando a Di-s para su salvación. Con su paciente y calmada disposición, el sabio viajero se acercó a más judíos, hasta que finalmente pudo conocer toda la historia: El consejero principal del Sultán, Mustafa, odiaba a los judíos y su misión era destruirlos, o por lo menos, que desaparecieran de Bagdad. Había convencido al Sultán de que los judíos no eran solamente infieles al negar al profeta Mohamed, sino de que también eran ladrones y mentirosos y se merecían ser expulsados.
Al principio, el Sultán se negaba a creerle, sin embargo, le contaron sobre lo que había ocurrido con los judíos en Egipto y lo que Moisés le hizo al Faraón. Se empezó a preocupar por si tal vez uno de los líderes de los Judíos de Bagdad lo atacara con plagas, y decidió que no quería arriesgarse. Por lo tanto, decretó que los Judíos presentaran un líder como Moisés, y de lo contrario, abandonarían Bagdad de inmediato. El sabio y anciano viajero se sentó en contemplación por unos momentos, y luego se acercó a los Rabinos y les susurró en el oído. Rápidamente, todos los líderes de la comunidad comenzaron a hablar tranquilamente, y uno de ellos dijo: “Este hombre que está visitando nuestra ciudad dice que tiene un plan. El viajará hasta donde se encuentra el Sultán inmediatamente para tratar de salvarnos. Si tiene éxito, nos regocijaremos. Si falla, le dirá al Sultán que actuó solo. Mientras tanto, seguiremos con nuestras plegarias para que tenga éxito”. El hombre se dirigió al palacio, golpeó el portón y dijo: “Soy un judío que puedo hacer milagros, y pido ver al Sultán de inmediato”.
Al poco tiempo se encontraba cara a cara con el Sultán. “Bien”, dijo el Sultán, “Dices que puedes hacer milagros como Moisés. ¿Qué puedes hacer?” “Si eres tan amable” le dijo, “haré un milagro como los que Moisés mismo hacía. Delante de todos ustedes, cortaré la cabeza de un hombre con una espada, luego la pondré de vuelta y lo haré vivir” El Sultán sonrío nerviosamente, y miró alrededor sin saber en qué pensar o hacer de la situación. Quizás el hombre estaba completamente loco. O quizás decía la verdad. Después de todo, se veía extremadamente seguro y habló con gran convicción. El continuó: “Pero hay una condición. El hombre a quien voy a cortar su cabeza, debe ser verdaderamente sabio. De hecho, debe ser el hombre más sabio del reinado. Si no, su cabeza no se podrá recolocar correctamente”. Intrigado, el Sultán decidió que debería ver por sí mismo si el judío estaba diciendo la verdad. Vio alrededor del cuarto hasta que sus ojos cayeron sobre Mustafa, su consejero principal y más sabio hombre del reinado. Antes de que el Sultán dijera una palabra, Mustafa gritó: “¡No, está mintiendo!, el Judío es un impostor, él no puede realmente cortar la cabeza de alguien y volver a colocársela”. “Puede ser verdad”, dijo el Sultán. “Trae la espada inmediatamente” dijo el Sultán. “Mustafa será el voluntario”. Mustafa comenzó a temblar y gritar: “¡No!, lo admito, me he equivocado. El pueblo Judío no tiene poderes extraordinarios”, Mustafa se fue corriendo del palacio, y nunca más fue visto. El Sultán anuló el decreto, le agradeció al Judío por haber venido, y dijo que los Judíos eran bienvenidos en Bagdad. El hombre volvió a la sinagoga para compartir las buenas noticias. Inmediatamente, hubo regocijo, y se hizo un banquete en honor al milagro que Di-s había hecho por Su pueblo. Luego, rápido y calladamente, el anciano hombre se fue antes de que pudieran conocer su nombre. Algunos dicen que fue Eliahu el Profeta. Otros que era un gran místico. Sin embargo, otros creen que era simplemente un hombre que se preocupaba por sus compañeros Judíos.
Esta historia nos ayuda a manifestar un aspecto muy interesante de la observancia de Pesaj. Cada festividad es marcada por sus Mitzvot. Sin embargo, muchos de estos preceptos no son igualmente cumplidos por todos. Por ejemplo, escuchamos el Shofar de alguien que lo toca, y en Januca, muchos acostumbran que el dueño de la casa enciende la Menorá en representación de toda la familia. Sin embargo, en Pesaj, cada uno debe comer su propia Matzá. En Pesaj, todos somos igualmente significativos. Dejar Egipto nos unió como un solo Pueblo, cumpliendo con la mitzvá que Hilel consideró central de toda la Torá: amor por cada judío. El héroe de esta historia actualizó lo que todos sabíamos que era cierto, que cada uno es completo sólo cuando hacemos todo lo que podemos para asegurarnos que cada Judío esté bien. Es por esto que la Hagadá de Pesaj comienza con una invitación: “Todos lo que tienen hambre, que entren y coman”. Nuestra mesa está completa sólo cuando está abierta para otros.