El dolor de una madre judía
Por Yerachmiel Tilles
Tumba de Raquel, Rebetzin Menuja Slonim, nieta de Rabí Shneur Zalman de Liadi, en el antiguo cementerio de Jabad en Hebrón
Baruj Najshon, artista plástico jasídico y su esposa Sara, una heroína de los tiempos modernos dentro del pueblo judío, estaban entre los primeros judíos que regresaron a Jebrón. En 1975, siguiendo al establecimiento de Kiriat Arba, en una cumbre sobre la ciudad vieja de Jebrón, los Najshon celebraron el nacimiento de un hijo. Decidieron realizar la circuncisión dentro de la Cueva del Majpelá en Jebron—el campo santo de Abraham y Sara, Itzjak y Rivka, Iaakov y Lea y, según la tradición, Adám y Java. El bebé se llamó Abraham-Iedidia.
Tres meses después, Sara encontró muerto a Abraham-Iedidia en su cuna. La joven madre pensaba. ¿Por qué su nuevo hijo, traído al pacto de Abraham en Jebrón, la ciudad más antigua del pueblo judío en la Tierra de Israel, le fue quitado después de sólo tres meses? En este mundo todo tiene un propósito. ¿Cuál fue el propósito de su bebé?
Sara decidió que enterrarían a Abraham Iedidia en el antiguo cementerio judío de Jebrón. El cementerio había sido usado para enterrar a los 67 judíos asesinados por sus vecinos árabes en 1929 durante los alborotos en Jebrón. A minutos de las tumbas de Ruth y Ishai y con vista a la Cueva de Majpela. Quizás, pensó Sara, éste era el propósito del bebé, tomar parte, aunque triste pero vital, en renovar la vida judía en Jebrón. Después de casi cincuenta años de oposición árabe, el cementerio judío de Jebrón se utilizaría de nuevo para que un judío descanse allí.
La procesión fúnebre dejó Kiriat Arba al atardecer, hacia el cementerio judío antiguo de Jebrón. ¡De repente los dolientes encontraron soldados y barricadas! Los automóviles fueron detenidos. Soldados empezaron a revisar el sitio, abriendo las puertas de los automóviles, buscando algo. «No, no puede proseguir al cementerio», los soldados pidieron a los dolientes; «el cementerio está fuera de los límites».
Una de las puertas del automóvil se abrió. Una mujer salió con un bulto en sus brazos.
Se dirigió a los soldados, «¿ustedes están buscándome, están buscando a mi bebé? Mi nombre es Sara Najshon. Aquí está mi bebé, en mis brazos. ¡Si no nos permiten viajar al cementerio, caminaremos!» .
Hombres con palas y linternas eléctricas y muchas mujeres atravesaron el antiguo Jebron al caer de la noche. Pasaron la Cueva del Majpela. La sinagoga de Abraham Avinu, de 450 años de antigüedad, en ruinas, destruida por los conquistadores jordanos en 1948. Atravesaron las calles árabes. Oficiales de alto rango daban órdenes desde sus walkie-talkies: «Deténganlos -no les permitan proseguir» – pero los soldados, superados por la escena, transmitían por radio: «No podemos detenerlos. Si ustedes quieren detenerlos, bajen aquí y háganlo ustedes mismos»
La procesión continúa, pasan Beit Romano, Beit Shneerson, la casa de la Rebetzn Menuja Rajel Shneerson-Slonim, la nieta del «Ba’al HaTania», y llegan a la colina empinada del cementerio antiguo.
La luz de la luna ilumina el campo. Sara Najshon suelta el cuerpo de su hijo diminuto, Abraham Iedidia, y lo colocan en la tumba frescamente excavada. La parcela está a sólo metros de la tumba de los masacrados de 1929.
Con voz firme, Sara profiere: «Hace cuatro mil años nuestro Patriarca Abraham compró Jebrón para el pueblo judío, enterrando a su esposa Sara aquí. Esta noche Sara está readquiriendo Jebrón para el pueblo judío, enterrando a su hijo Abraham aquí».
Por Yerachmiel Tilles