“¿SU APELLIDO ES STEIN?”
Rabí Israel Baal Shem Tov enseñó que de cada cosa que uno ve o escucha debe tomar una enseñanza para su servicio a Di-s.
En el curso del exilio largo y amargo los judíos sufrieron muchas tribulaciones y amarguras en manos de monarcas que intentaron llenar sus arcas con dinero judío.
Una vez, en el reino de Bohemia, el rey Wenzel tuvo un problema común a la aristocracia – ¡necesitaba oro! Y como siempre, se dirigió a sus súbditos judíos para conseguirlo. La comunidad judía estaba acostumbrada a las demandas crueles del rey, pero esta vez era más desorbitada que siempre. A Reb Shmuel, el líder de la comunidad, le fue presentado un ultimátum: “En ocho días, los judíos de Praga debían entregar la suma de 20.000 piezas de plata. Si no entregaran la cantidad indicada, el rey retiraría su protección sobre los judíos del reino” El pánico cundió sobre toda la comunidad. No mucho antes, multitudes salvajes habían masacrado a docenas de judíos. Si no hubiese sido por la intervención de los soldados del rey, ¿quién sabe cuántos más habrían muerto? Las ancianos de la ciudad calcularon el valor total de la comunidad. Aunque los judíos vendieran todas sus posesiones, nunca podrían llegar a cubrir las demandas del rey. Reb Shmuel dijo: “Soy de la tribu de Iehudá, descendiente del rey David, y estoy seguro que su mérito me protegerá. Intercederé ante el rey” Al día siguiente, toda la congregación se reunió para rogar por el éxito de Reb Shmuel. Reb Shmuel tenía un plan. Junto con su hermosa e inteligente hija se dirigió hacia el palacio, pero primero, hizo una parada. Muchos años antes, cuando viajaba a través del bosque, halló una caja de cuero. Al examinarla, se dio cuenta que pertenecía al terrateniente local, y personalmente corrió a devolverla a su legítimo dueño. El noble, agradecido, le ofreció una recompensa, pero Reb Shmuel la rechazó, diciendo: “Nuestra Torá enseña que debemos devolver los objetos perdidos.” “Nunca me olvidaré de tu amabilidad, y estoy a tu servicio si me necesitas”, el noble juró. Ahora llegó el momento de cobrar la deuda. Reb Shmuel explicó la situación a su amigo noble. “Como ya sabes, el rey no recibe a judíos sin que sean convocados. Sin embargo, está siempre interesado en mujeres hermosas. Quizás recibirá a tu hija”, contestó el noble. Esto es exactamente lo que había esperado Reb Shmuel. Días después, todos los ojos estaban centrados en la joven judía, Rajel, que entró en la cámara del rey. “Escuché que deseas hablarme. Veo que no sólo eres hermosa, sino también muy brillante. Permitamos que hable la judía!” “Su majestad, mi padre pide permiso para decir cuatro palabras al rey.” ¡“Cuatro palabras! ¡¿Qué podría decir en solamente cuatro palabras?! Muy bien, admítanlo, pero si esto es una broma, amargo será tu final!” Reb Shmuel entró y se paró ante el trono. “¡Di-s dijo a Satan!” pronunció en voz alta. El rey esperó para ver qué seguía, pero Reb Shmuel no dijo nada. “Muy listo, judío. Bien, ahora continúa y explica” “Su majestad, estas palabras son del libro de Job, cuando Di-s concede la palabra al más bajo de los ángeles, Satán. Por lo tanto, deduzco que su majestad se rebajará para hablar conmigo, el más bajo de sus súbditos.” “Puesto que me comparas con Di-s, hablaré contigo.” Reb Shmuel se arrojó a los pies del rey, suplicándole que rescindiera su onerosa demanda. Cuando Reb Shmuel acabó, el rey habló: “Perdonaré este vez a los judíos. Pero, dime, ¿qué deseas para ti? Cada mensajero desea algo personal.” “No, su majestad, no deseo nada.” “No, no es aceptable. Nadie dirá que el rey Wenzel no puede compensar una buena acción. A partir de ahora, te admitirán a mi presencia a tu voluntad, y serás el representante oficial de los judíos en la corte real.” Y entonces, pensándolo bien, el rey preguntó: “¡¿Cuál es tu nombre, judío?!” “Mi nombre es Shmuel,” contestó. “Shmuel es tu nombre. A partir de hoy, decreto que tu apellido sea el del ángel al cual Di-s habló. Tú y tus descendientes se llamarán “Satan”.
Y por eso, hoy en día, los descendientes de este valiente y justo hombre que arriesgó su vida y la de su hija para salvar a los judíos de Praga, llevan el extraño apellido de Satan o “Stein”.