Maternidad consciente
RECORDATORIO #1: Antes de darte cuenta, ya habrán crecido Encuentro útil recordarme a mí misma que el período intensamente demandante de la crianza de los niños es crucial…
Jana Weisberg
Recordatorio #1:
Antes de darte cuenta, ya habrán crecido
Encuentro útil recordarme a mí misma que el período intensamente demandante de la crianza de los niños es crucial para el desarrollo de nuestros hijos y termina demasiado rápido. Soy la peor clase de madre cuando me centro en la eternidad de horas y minutos que pasaré cuidando niños en las décadas venideras. Cuando me veo de este humor, abordo mis días como obstáculos por superar con tan poco esfuerzo como sea posible, todas y cada una de las jornadas un tramo de una supermaratón a lo largo del Ohio septentrional rural y helado.
Algo que hago para sacarme de este estado de inspiración nula y de distracción es pensar en la cantidad de horas semanales que realmente paso con mis niñas. Aún como madre que se queda en casa calculé que, entre la guardería y el tiempo en que están con papá, no me paso sino quince horas por semana con mis dos hijas mayores.
La primera vez que me di cuenta de esto, fue algo que me abrió los ojos comprender que en el transcurso de la semana tengo tan solo quince horas con mis hijas para educarlas, oír qué es lo que tienen en la cabeza, tener activamente najes de estas niñas sorprendentes que exceden por lejos mis sueños prematernales más descabellados. Y este conocimiento me hace poner un gran énfasis en el hecho de darles a aquellas horas el mayor papel maternal posible: hacer un esfuerzo por disfrutar conscientemente de su compañía cuando estamos juntas en vez de ignorarlas toda la tarde mientras pelo zanahorias y cambio de posición las cosas del refrigerador.
Si mantengo el marco mental apropiado, encuentro mucho más fácil brindarles a mis hijas toda mi atención, entregándoles mi mente y mi corazón, y no sólo una cabeza que asienta y una boca que exclame «¡caramba!» ante sus historias mientras mi mente está errando por la estratósfera exterior. Cuando me hallo en un estado de presencia y consciente, y Tiféret* me recuerda, con los ojos completamente abiertos, sobre la voluntaria del zoológico que se envolvió la boa constrictor en torno al cuello y le contó la trágica historia de la vida del pájaro con el ala rota, me encuentro con que puedo verdaderamente escuchar lo que me está contando, mientras recuerdo qué maravilloso es que Hashem me diera una hija que sea tan curiosa y entusiasta con respecto al mundo que la rodea.
Otra cosa que me recuerdo a mí misma es algo que nos dijo la maestra de nuestra clase de maternidad, la rebetzin Talia Helfer: que estos pocos años de la primera etapa de la vida seguidos del jardín de infantes y la escuela primaria son el momento en que las madres pueden tener la mayor influencia en sus hijos en lo que se refiere a valores, educación y amor al judaísmo. Nos informó de su propia experiencia personal como madre y abuela de un gran clan: «Antes de que ustedes se den cuenta, ellos estarán en el hogar cada vez menos, jugando en las casas de los amigos, yendo a la secundaria y luego casándose. ¡La oportunidad de marcar una diferencia en sus vidas es cuando son pequeños!».
También pueden ser una herramienta útil las fotografías instantáneas mentales. Si digamos, estoy almorzando con mis niñas y me veo en un estado de depresión y distracción, encuentro de formidable ayuda tomar una fotografía mental de nosotras sentadas allí, a fin de darme una inyección autoadministrada de najes en megadosis. Esto hace que me dé cuenta de algo del estilo de «Caramba, este es un momento en verdad increíble. Qué maravilloso es tener este tiempo de calma junto a Tiféret y Nisa, sólo nosotras tres shmuesn (hablando) y comiendo emparedados de atún con pita integral para el almuerzo».
O, en otras ocasiones, imagino una fotografía instantánea de mi marido y de mí sentados solos en el sofá dentro de treinta años, en cierto modo felices por habernos ganado algunas décadas de reposo y calma relativos, pero también tristes (extrañando a todas las personitas que solían compartir la casa con nosotros, el modo en que solían sentarse en nuestro regazo durante la cena de Shaba,t sin nunca dejar de darnos un motivo para reírnos).
* A lo largo del libro, emplearé seudónimos para referirme a mis hijas a fin de proteger su privacidad.
Recordatorio #2:
Conectar los momentos mundanos de 1la maternidad con las metas a largo plazo (es decir, secretos de la loca que habla entre dientes)
La Rebetzin Iemima nos enseñó esta semana que cuando los israelitas huían de los egipcios, la Torá dice: «El desierto se cerraba sobre ellos» (Shemot 14:3). Pero el mismo versículo también puede significar: «El habla se cerraba para ellos» (se lee midbar -desierto- como medaber –hablar-. Cuando nuestros ancestros estaban en Egipto, y cuando cada una de nosotras se encuentra en su propio Mitzraim personal (que significa literalmente estrechos angostos, cerrados),2con depresión, enojo, temor, impotencia, desesperación, entonces podemos a menudo librarnos de esta difícil situación abriendo nuestras bocas y hablando con Di-s.3
Iemima dice: «Los israelitas no tenían tiempo para respirar de tan duro que trabajaban. ¡Ni siquiera tenían tiempo para suspirar! Sus bocas se encontraban cerradas, y así lo estaba su vínculo con Di-s. Actualmente nos encontramos en una situación similar a la de aquellos esclavos en Egipto. Nos pasamos los días tan plenamente ocupadas con el trabajo, los hijos, la escuela, las ollas y la lavandería que apenas podemos levantar la cabeza para respirar. También nuestros maridos están trabajando en labores esclavas de diversas clases. Y, para muchas de nosotras, nuestro don del habla está esencialmente en exilio. No tenemos la fortaleza para orar y pedir, para hablar desde nuestro corazón con aquellos que nos rodean y con Di-s». De modo que el boleto para salir de Egipto es hablar, sencillamente hablar con Di-s mientras recorremos nuestros días, desde lo profundo de nuestro corazón o incluso por cualquier astillita que tengamos debajo de la piel en ese preciso momento.
Iemima también nos enseñó que la palabra mitzvá guarda relación con la palabra tzavtá, o juntos, porque cuando hacemos una mitzvá estamos formando un equipo con Di-s. Por consiguiente, uno de los momentos más propicios y efectivos para consagrarse a esta plegaria espontánea es cuando nos encontramos ocupados en la ejecución de un mandamiento, y la verdad es que es muy duro atraparnos a nosotras las madres judías teniendo parte en cualquier otra cosa. Es una mitzvá hacer cualquier cosa relacionada con el cuidado de los hijos, el cuidado de nuestros hogares o incluso ganar dinero a fin de mantener a nuestras familias. Ustedes, santas mujeres embarazadas, son lo mejor, puesto que están en todo momento cumpliendo con el primer precepto de Di-s en la historia del universo: «¡Sean fructíferos y multiplíquense!». Aquello significa que podrían estar durmiendo, arreglándose las manos o siquiera tan sólo paradas en la fila del correo, y se encuentran en un estado constante de mitzvá, un ugador principal del equipo de «todas estrellas» de Di-s.
Por lo tanto, a menudo me encuentro a mí misma hablando entre dientes como una loca. Por las mañanas, mientras hago colas de caballo, clamo: «Hashem, por favor, ayuda a Nisa a dejar de morder a los otros niños de la guardería». O, cuando doblo la ropa limpia, suplico: «Hashem, por favor, ayuda a Dafna a irse a dormir más temprano para que no esté tan cansada y gruñona por la mañana».
Cualquier programa sin metas claras, ya sea en educación, mercadotecnia o la mejora personal, se desviará mucho de la meta o resultará en un estrepitoso y total fracaso. Lo mismo se aplica a una familia. La plegaria espontánea es el modo principal de mantenerme en contacto con mis metas, de modo que no pierdo mis días en una ciénaga de demandas y detalles ininterrumpidos distraída por los sueños y aspiraciones máximos que tengo para mis hijas y la clase de madre que espero ser.
Dos pulgares arriba para el hablar entre dientes de loca: hace que el tiempo vuele, mejora la vida y puedo testificar personalmente que hace maravillas.
2. Si se vocaliza de manera diferente, Mitzraim (Egipto) puede leerse como Metzarim |estrechos o un lugar angosto).
3. Likutéi Moharán 66:4.
RECORDATORIO #3:
Reconoce tus logros como madre
Si me hubiera convertido en embajadora de la ONU (aún cuando, hoy en día, la imagen de mí misma usando un traje de autoridad con un maletín en lugar de un vestido de tela de vaquero manchado de vómitos con un bolso para pañales arriba del hombro parece imposiblemente ridicula), mis días hubieran estado mar- raccs por logros como encuentros exitosos con dictadores de pequeños países africanos. entrevistas convincentes con la CNN y quizá incluso alguna promoción ocasional para dirigir uno o dos subcomités.
Pero como madre mi tendencia natural es, por desgracia, dejar que mi día fluya in- exploradamente desde el primer cambio de pañal de la jornada hasta el último emparedado de manteca de maní para el almuerzo de mañana guardado cinco minutos después de la hora de irme a dormir. Por ejemplo, tomemos en consideración el año 2001. Aquel fue un año durante el cual no di a luz, no estaba embarazada y me quedaba en casa con mi beba Tiféret. En síntesis, no recuerdo absolutamente nada de ese año. Fue un período durante el cual tengo la certeza de haber amamantado a Tiféret miles de veces, lavado miles de platos y platos y cepillado miles de dientitos. Es un año que ha desaparecido por completo dentro de un agujero negro de algún lugar detrás de mi cerebelo.
En años más recientes, he estado combatiendo este fenómeno de «la vida que desaparece dentro de los agujeros negros» por medio de la escritura. Dedico una mañana a describir cierto conflicto, alguna dificultad, una efímera victoria maternal y aquello me lo vuelve real. Me hace sentir que dentro de lo borroso de los embarazos, los partos y la crianza de mis hijas que han sido los últimos seis años de mi vida hay forma y contorno e, incluso, en ocasiones, un poco de progreso.
Para dar un ejemplo, hace un año y medio que estoy luchando con un problema terrible. Mi hija de tres años ama tanto a su hermana bebé que quiere constantemente alzarla y llevarla consigo. El problema es que, ocasionalmente, la niña de tres años recuerda que a la beba también la odia un poco, de modo que la tira al suelo. Aquello significa que cada vez que su hermana la tome entre sus brazos, la beba se ponga histérica, dado que tiene un temor impresionante de que se trate de una de las pocas veces en que la tira el suelo.
También se me crispan los nervios en cada oportunidad en que la hermana mayor siquiera abraza a la beba, puesto que esta llora —no sin justificación— y siento mucho temor por ella. No he sabido qué hacer en absoluto. Decirle a la más grande que nunca tenga a su hermana entre sus brazos no es una buena solución, dado que casi siempre es muy buena con la beba y es mucho lo que deseo que aprendan a llevarse bien. Les pregunté qué hacer a un grupo de madres mayores y más experimentadas y expertas en maternidad, y oré mucho por una solución. Entonces, la semana pasada, me di cuenta de que habían pasado semanas desde que esta escena de «alzar a la beba hasta que grita» había acabado. No sé cuándo cesó ni por qué: si es que finalmente seguí el consejo indicado o si mis niñas sencillamente perdieron el hábito, pero me di cuenta de que ahora estas dos niñas juegan juntas de manera muy agradable y de que sus interacciones no me estresan como antes.
Esto fue algo que convirtió cada tarde de mi vida en un festival de estrés durante un año y medio y, no obstante, desapareció sin ningún tipo de bullicio. Le mencioné esta transformación a mi marido mientras pasaba platos de lasaña y aquello lo hizo sentirse un poco feliz durante uno o dos segundos. Pero no hubo ningún reconocimiento real por algo que, para mí, estaba allí arriba como un éxito sin precedentes y una revolución en mi breve pero intensa carrera como madre.
Es por ello que la Dra. Miriam Adahan sugiere que las madres deben poner mucho énfasis en elogiarse a sí mismas por un trabajo bien hecho. Has puesto a todos en la cama sin perder la calma, te las has arreglado para limpiar la cocina a pesar de estar cansada y embarazada, le has enseñado a tu pequeña a identificarse la nariz y el ombligo: entonces debes elogiarte con una nota, un cucurucho de crema helada o sencillamente una agradable palabra en silencio para ti misma (¿y tu marido?) por tu logro. Porque la verdad es que si no te das un poco de reconocimiento por un trabajo bien hecho nadie lo hará. Y mi manera de elogiarme es escribir sobre eso, como lo acabo de hacer aquí, y aquello me hace sentir que ocasionalmente hago algo bien.
La maestra Lea Golomb me dio otra idea de cómo elogiarnos a nosotras mismas por nuestros pequeñitos logros diarios. Me dijo que cuando estaba comprometida con su marido, ella y su amiga Dina estaban de pie juntas mientras Dina exponía la tela blanca que utilizaría para hacer el vestido de novia de Lea. Dina tomó las tijeras en la mano y mientras cortaba el tejido declaró: «Leshem mitzvat hajnasat kalá» (en honor de la mitzvá de casar a la novia). Lea describe cómo esta sencilla enunciación la conmovió tanto que le trajo lágrimas a los ojos, viendo cómo la declaración de Dina transformó las tareas mundanas de cortar, coser y bordar en mitzvot, infundiéndole a Dina la conciencia de la santidad y el propósito mayor de lo que estaba haciendo.
Y nosotras, siendo madres, podemos hacer lo mismo a fin de apreciar la grandeza de los pequeños actos de nuestras vidas como tales. Mientras camino para ir a recoger a Dafna al jardín de infantes, puedo decir: «Le-shem mitzvat guemilut jasadim» (en honor a la mitzvá de la ejecución de actos de benevolencia). Al freír huevos revueltos para la cena por tercera vez en la semana, puedo susurrarle a ia cacerola: «Le-shem mitzvat ve-ahavta le-reajá kamoja» (en honor a la mitzvá de amar a tu prójimo como a ti mismo). Al coser un botón del vestido de Shabat favorito de Tiféret, puedo declararles a todos los que se encuentren en mi casa: «Le- shem ijud Kudshá Brij Hu u-Shejinté» (a fin de unir al Santo con la Presencia Divina), el resultado místico de toda buena acción que llevamos a cabo.
¿Suena tonto? Probablemente. ¿Funcionará? Sí para mí. Esta es una de ias mejores formas que he encontrado para permanecer presente a lo largo de mi día, y constantemente (o al menos de manera ocasional) al tanto de la importancia de los actos más pequeños de la benevolencia materna.
[1] Mientras edito este ensayo para su inclusión en el libro, tres años después de haberlo escrito, me siento diferente con respecto a entonces. Desde el nacimiento de nuestro último bebé, ante el énfasis de la madre de siete hijos de Mea Shearim con la cual compartí la habitación del hospital, hemos tomado la política familiar de que las niñas mayores nunca tomen al bebé salvo durante diez minutos cada una en Shabat. Tal vez cuando el bebé tenga un año me sienta diferente, pero en este momento me siento sorprendida de la facilidad con la que mis niñas mayores aceptaron esta nueva norma y cuánto menos estresante ha hecho mi vida de madre.
Recordatorio #4
El tiempo que se pasa con los hijos es un lujo
La mayoría de las madres que conozco están casadas, tienen estabilidad económica (o al menos se las arreglan para tener un techo encima de la cabeza y comida sobre la mesa) y pueden invertir una buena parte de su día en ser con sus hijos madres amorosas. Es en esta clase de entorno que sea probablemente más dar por sentado los placeres simples de la maternidad. No obstante, recientemente he estado oyendo algunas cosas que me han hecho caer en la cuenta de que la normalidad que yo doy por sentada dista mucho de ser normal. Por ejemplo, un estudio reciente sobre la familia moderna de la Universidad de Yale informó que tan sólo hace cien años hubo entre la población cristiana de Europa un enorme aumento de los bebés extramatrimoniales, lo cual dio como resultado una suerte de política de infanticidio a gran escala patrocinada por el estado.
Por ejemplo, en 1850, la mitad de todos los niños que nacieron en Viena eran extramaritales, lo cual significó que a casi todos ellos se los entregara a los orfanatos, donde se esperaba que muriera el sesenta por ciento como resultado de las condiciones deficientes que había en estos lugares. Durante el mismo período, en Francia se creía que la lactancia era muy dañina para la salud de la madre, de modo que durante el primer año de vida se enviaba a la mayoría de los bebés a ser amamantados por mujeres más humildes. El problema era que estas mujeres vivían en casas llenas de corrientes de aire, insalubres y, como resultado, un cuarenta a sesenta por ciento de estos bebés amamantados por nodrizas acababa muriendo. El autor del estudio dice con sarcasmo cuán ventajoso era esto para limitar el crecimiento de la población a pesar de la alta tasa de natalidad. Algo más allá de todo horror.
Por otra parte, esta semana conocí a una asistente social que trabaja con las prostitutas de Berlín. Hay decenas de miles de estas mujeres, que son a menudo madres del sudeste asiático y la ex Unión Soviética que dejan a sus familias a fin de ganar algo de dinero para mantenerlas. A menudo, estas mujeres creen que van a Berlín para trabajar como camareras o niñeras, pero luego son forzadas a ejercer la prostitución. Hay otras que sí saben que trabajarán de prostitutas pero no se dan cuenta de que se verán confinadas a sus habitaciones, serán golpeadas y que sus proxenetas las engañarán para sacarles el dinero que ganen.
Cuando la asistente social habla con estas mujeres, les ofrece la posibilidad de asilo en una casa segura o la oportunidad de presentar cargos contra los traficantes que las engañaron y abusaron de ellas. Pero lo que más temen estas prostitutas es ser deportadas por las autoridades alemanas, y el hambre y la horrorosa pobreza que las aguarda a ellas y a sus hijos si regresan con las manos vacías.
Y también están las desgarradoras historias con las cuales estamos demasiado familiarizadas: la pobre madre que tiene que poner a su hijo en una guardería poco confiable de la mañana a la noche para poder trabajar a fin de llegar a fin de mes, los millones de mujeres que nunca pueden tener hijos o que nunca se casan a pesar de años de búsqueda, para no mencionar los millones de muertes trágicas que se producen todos los años por causa del hambre y el sida (en 2004 más de cinco millones de niños murieron de desnutrición, y quinientos mil de sida, que ya ha dejado a quince millones de niños huérfanos de uno o ambos padres).
Desde el pequeño y recluido mundo que llamo hogar mi vida se siente como algo en extremo corriente. Pero, a decir verdad, no es nada común en absoluto. Un niño feliz y sano y una madre feliz y sana que sea capaz de cuidar de su hijo es algo que se está volviendo cada vez más una desviación de la norma, casi un fenómeno de la naturaleza.
En síntesis, el mejor consejo que he recibido para impedir que nuestros hijos se vuelvan huérfanos emocionales fue del rabino de nuestra sinagoga, el rav Aarón Leibowitz. Dijo que si se considera detenidamente a los profetas del Tanaj, uno se da cuenta de que se centran menos en predecir el futuro que en ver con claridad lo que está sucediendo en el presente (ver qué es lo que Di-s quiere que se haga en ese preciso momento, así como el impacto a largo plazo de esa acción en el pueblo judío). De modo que las bendigo a todas ustedes, madres, para que siempre podamos ver el presente con claridad, ver las oportunidades para educar nuestros hijos a la manera judía y para conectarnos con ellos que están ocultasen uno de nuestros días como madres, así como el impacto a largo plazo de estos días sobre nosotras, sobre nuestros hijos y sobre el futuro del pueblo judío. Y, por favor, bendíganme también a mí para que siempre recuerde que aún cuando mi universidad no me invitará nunca para dirigirme a los estudiantes, lo que estoy haciendo con todos estos días como madre es sin duda algo sumamente importante
1. Kertzer David, y otros. editores, The History o f the European Family, Yale Publications, 2003.
Extraído de Un pasito a la vez, siete secretos de la maternidad judía; Jana Weisberg, editorial Bnei Sholem