Envoltorios
Mi amigo opina que el negocio de la fruta es una patraña
“El hombre es un árbol del campo” (Deuteronomio 20:19) Tengo un amigo que no compra paltas: «El cincuenta por ciento del peso corresponde a la semilla,» explica… Le encanta comprar manzanas, uvas y bananas, pero paltas y mangos, nunca. Los duraznos y los dátiles están en el límite – los comprará en ocasiones, pero con profundas dudas…
Mi amigo opina que el negocio de la fruta es una patraña. Los árboles necesitan producir; por eso es que tienen semillas. Pero los árboles no son “muy móviles”, y tienen el problema de cómo conseguir que sus semillas se planten a una distancia razonable. Una forma sería golpear ligeramente el hombro de un pájaro, un animal o un ser humano que pasa y decirle: «discúlpeme, señor, puede usted tomar por favor estas semillas y dejarlas caer a cierta distancia de aquí, preferiblemente en cierto lugar con buen suelo, sol y un abundante abastecimiento de agua?» Pero probablemente como respuesta, mascullarían algo acerca de una cita con el médico o alguna otra obligación y se alejarían rápidamente… Entonces, el árbol empaquetaría sus semillas en una pulpa colorida, sabrosa y alimenticia, y las comercializaría como «fruta»
“El hombre es un árbol del campo» (Deuteronomio 20:19). Las personas nos parecemos al árbol de numerosas maneras, entre otras: en nuestro incesante esfuerzo «ascendente», en nuestra necesidad de «raíces», en la manera en que nuestras vidas se bifurcan y se «ramifican» en diversas direcciones…
La principal semejanza con el árbol, es la manera en la que todo lo que somos y lo que hacemos, se centra en la “generación de la semilla”. El hombre es un ser espiritual, eso significa que no solamente nos reproducimos físicamente – dando a luz niños – sino también espiritualmente: nos extendemos sembrando nuestras ideas, sensaciones y convicciones en las mentes y los corazones de otros. Y aquí, dice el Rebe de Lubavitch, encontramos un paralelo interesante entre la manera que el árbol frutal envía sus semillas y la manera que diseminamos nuestros pensamientos y experiencias. El vehículo del árbol frutal para la reproducción consiste de dos componentes básicos:
1) La semilla, en la cual el árbol se condensa a sí mismo – sus características, su naturaleza, su misma esencia de árbol;
2) El «envoltorio» que lo hace atractivo y sabroso para sus consumidores.
Ambos son necesarios. Sin el “envase”, la semilla no conseguiría ir muy lejos, o lo haría con gran dificultad. Por otra parte, si un árbol produjera la fruta más deliciosa y más atractiva pero olvidara incluir una semilla, nada sucedería. No habría escasez de consumidores, sino ninguna progenie. Cuando buscamos «reproducirnos» espiritualmente, comunicando nuestros pensamientos y sensaciones a otros… empaquetamos también nuestras semillas. Las envolvemos en la sofisticación intelectual, las empapamos en salsa emocional, las vestimos en palabras e imágenes coloridas. Si no lo hiciéramos, nuestro mensaje no podría llegar muy lejos. Pero lo más importante que debemos recordar es que adentro, debe haber una «semilla» ¿Si la fruta de nuestra mente no tiene adentro un pedazo de nuestra alma, cuál es el punto?
Mi amigo opina que el negocio de la fruta es una patraña. Los árboles necesitan producir; por eso es que tienen semillas. Pero los árboles no son “muy móviles”, y tienen el problema de cómo conseguir que sus semillas se planten a una distancia razonable. Una forma sería golpear ligeramente el hombro de un pájaro, un animal o un ser humano que pasa y decirle: «discúlpeme, señor, puede usted tomar por favor estas semillas y dejarlas caer a cierta distancia de aquí, preferiblemente en cierto lugar con buen suelo, sol y un abundante abastecimiento de agua?» Pero probablemente como respuesta, mascullarían algo acerca de una cita con el médico o alguna otra obligación y se alejarían rápidamente… Entonces, el árbol empaquetaría sus semillas en una pulpa colorida, sabrosa y alimenticia, y las comercializaría como «fruta»
“El hombre es un árbol del campo» (Deuteronomio 20:19). Las personas nos parecemos al árbol de numerosas maneras, entre otras: en nuestro incesante esfuerzo «ascendente», en nuestra necesidad de «raíces», en la manera en que nuestras vidas se bifurcan y se «ramifican» en diversas direcciones…
La principal semejanza con el árbol, es la manera en la que todo lo que somos y lo que hacemos, se centra en la “generación de la semilla”. El hombre es un ser espiritual, eso significa que no solamente nos reproducimos físicamente – dando a luz niños – sino también espiritualmente: nos extendemos sembrando nuestras ideas, sensaciones y convicciones en las mentes y los corazones de otros. Y aquí, dice el Rebe de Lubavitch, encontramos un paralelo interesante entre la manera que el árbol frutal envía sus semillas y la manera que diseminamos nuestros pensamientos y experiencias. El vehículo del árbol frutal para la reproducción consiste de dos componentes básicos:
1) La semilla, en la cual el árbol se condensa a sí mismo – sus características, su naturaleza, su misma esencia de árbol;
2) El «envoltorio» que lo hace atractivo y sabroso para sus consumidores.
Ambos son necesarios. Sin el “envase”, la semilla no conseguiría ir muy lejos, o lo haría con gran dificultad. Por otra parte, si un árbol produjera la fruta más deliciosa y más atractiva pero olvidara incluir una semilla, nada sucedería. No habría escasez de consumidores, sino ninguna progenie. Cuando buscamos «reproducirnos» espiritualmente, comunicando nuestros pensamientos y sensaciones a otros… empaquetamos también nuestras semillas. Las envolvemos en la sofisticación intelectual, las empapamos en salsa emocional, las vestimos en palabras e imágenes coloridas. Si no lo hiciéramos, nuestro mensaje no podría llegar muy lejos. Pero lo más importante que debemos recordar es que adentro, debe haber una «semilla» ¿Si la fruta de nuestra mente no tiene adentro un pedazo de nuestra alma, cuál es el punto?
POR YANKI TAUBER