La maternidad y el encuentro con la propia sombra
La fusión emocional Cuando pensamos en el nacimiento de un bebé, nos resulta evidente hablar de la separación. El cuerpo del bebé…
Laura Gutman
La fusión emocional
Cuando pensamos en el nacimiento de un bebé, nos resulta evidente hablar de la separación. El cuerpo del bebé que estaba dentro de la mamá, alimentándose de la misma sangre, se separa y comienza a funcionar de manera “independiente”. Tiene que poner en marcha sus mecanismos de respiración, digestión, regulación de la temperatura y otros, para vivir en el medio aéreo. El cuerpo físico del bebé comienza a funcionar separado del cuerpo de la madre.
En nuestra cultura tan acostumbrada a “ver” sólo con los ojos, creemos que todo lo que hay para comprender acerca del nacimiento de un ser humano es el desprendimiento físico. Sin embargo, si elevamos nuestro pensamiento lograremos imaginar que ese cuerpo recién nacido no es sólo materia, sino también un cuerpo sutil, emocional, espiritual. Aunque la separación física efectivamente se produce, persiste una unión que pertenece a otro orden.
De hecho, el bebé y su mamá siguen fusionados en el mundo emocional. Este recién nacido, salido de las entrañas físicas y espirituales de su madre, forma parte aún del entorno emocional en el que está sumergido. Al no haber comenzado aún el desarrollo del intelecto, conserva sus capacidades intuitivas, telepáticas, sutiles, que están absolutamente conectadas con el alma de su mamá. Por lo tanto, este bebé se constituye en el sistema de representación del alma de la mamá. Dicho de otro modo, todo lo que la mamá siente, lo que recuerda, lo que la preocupa, lo que rechaza… el bebé lo vive como propio. Porque en este sentido son dos seres en uno.
Así que, de ahora en adelante, en lugar de hablar del “bebé”, nos referiremos al “bebémamá”. Quiero decir que el bebé es en la medida que está fusionado con su mamá. Y, para hablar de la “madre”, también sería más correcto referirnos a la “mamábebé”, porque la mamá es en la medida en que permanece fusionada con su bebé. La mamá atraviesa este período “desdoblada” en el campo emocional, ya que su alma se manifiesta en su propio cuerpo como en el cuerpo del bebé. Y lo más increíble es que el bebé siente como propio todo lo que siente su mamá, sobre todo lo que ella no puede reconocer, lo que no reside en su conciencia, lo que ha relegado a la sombra.
Continuando con esta línea de pensamiento, si un bebé se enferma o llora desmedidamente, o está alterado… además de hacernos preguntas en el plano físico será necesario atender el plano espiritual de la mamá, por llamarlo de alguna manera, reconociendo que la “enfermedad” del niño manifiesta una parte de la sombra de la mamá. Si el temor o la ansiedad nos conducen a eliminar el síntoma o la conducta no deseable del niño, se pierde de vista el sentido de esta manifestación. Es decir, perdemos de vista unas piedras preciosas que emergieron del volcán interior de la madre, con mensajes precisos para ella misma y que sería una pena desconocer.
La tendencia de todos nosotros suele ser el rechazo de las partes de la sombra que se cuelan por las aberturas del alma. Por algo se llama “sombra”. No es fácil verla ni reconocerla, ni mucho menos aceptarla, al menos que insista en reflejarse en espejos cristalinos y puros como son los cuerpos de los hijos pequeños.
Concretamente, si un bebé llora demasiado, si no es posible calmarlo ni amamantándolo ni acunándolo, en fin, después de cubrir sus necesidades básicas, la pregunta sería: ¿Por qué llora tanto su mamá? Si un bebé tiene una erupción, la pregunta sería: ¿Por qué está tan brotada la mamá? Si el bebé no se conecta, parece deprimido, la pregunta sería: ¿Cuáles son los pensamientos que inundan la mente de la mamá? Si un bebé rechaza el seno, la pregunta sería: ¿Cuáles son los motivos por los cuales la mamá rechaza al bebé?, etc. Las respuestas residen en el interior de cada mamá, aunque no sean evidentes. Hacia allí debemos dirigir nuestra búsqueda, en la medida en que la madre tenga la genuina intención de encontrarse consigo misma y se permita recibir ayuda.
Estamos acostumbrados a rotular las situaciones nombrándolas de alguna manera superficial: “llora por capricho”, “se contagió un virus”, “¡necesita límites!”, etc. Claro que los virus y las bacterias son necesarios para realizar la enfermedad, permitiendo que la sombra se materialice en algún lugar propio para ser vista y reconocida.
En este sentido, cada bebé es una oportunidad para su madre o persona maternante para rectificar el camino de conocimiento personal. Muchas mujeres inician con la vivencia de la maternidad un camino de superación, sostenidas por las preguntas fundamentales. Y muchas otras desperdician una y otra vez los espejos multicolores que se les cruzan en este período, desatendiendo su intuición y creyendo que se han vuelto locas, que no pueden ni deben sentir esta maraña de sensaciones disparatadas.
El bebé es siempre un maestro gracias a su cuerpo pequeño, que le permite mayor expansión en el campo sensible. Por eso logra manifestar todas nuestras emociones, sobre todo las que nos ocultamos a nosotras mismas. Las que no son presentables en sociedad. Las que desearíamos olvidar. Las que pertenecen al pasado.
Este período de fusión emocional entre el bebé y su mamá se extiende sin cambios los primero nueve meses, período en el que el bebé logra desplazamiento autónomo. Recién a los nueve meses el bebé humano alcanza el desarrollo al que otros mamíferos acceden a los pocos días de nacer. En este sentido podemos compararnos a las hembras canguras, que llevan a sus crías en un período intraútero y luego otro período similar extraútero, completando el desarrollo que necesita el bebé para lograr los primeros signos de autonomía.
Los niños son seres fusionales
Este modo intrínseco de relacionarse fusionalmente es común a todos los niños, y se transita lentamente. De hecho, el recién nacido que sólo está fusionado con la emoción de la mamá o la persona maternante, a medida que va creciendo, y para entrar en relación con los demás, necesita ir creando lazos de fusión con cada persona u objeto que ingresa en su campo de intercambio. Así va transformándose en “bebépapá”, en “bebéhermanos”, en “bebéotraspersonas”, etc. El bebé es en la medida en que se fusione con aquello que lo rodea, con los seres que se comunican con él y con los objetos que existen alrededor y que, al tomarlos, se convierten en parte de su propio ser. Esto significa que los bebés y niños pequeños son “seres fusionales”, es decir que para “ser” necesitan entrar en fusión emocional con los otros. Este ser con el otro es un camino de construcción psíquica relativamente largo hacia el “yo soy”.
Podemos ver un ejemplo muy gráfico cuando llevamos a un niño pequeño a una fiesta de cumpleaños: las mamás estamos ansiosas para que se interesen en la animación, pero el chiquito no consigue despegarse de las polleras del adulto. A la hora ya se ubica más cerca de los animadores y observa. Cuando la fiesta está llegando a su fin, el niño ya está entusiasmado, excitado, participativo y con ganas de quedarse. Por supuesto, no entra en razones mientras el adulto lo tironea para irse a casa. ¿Qué sucede? ¿Es un nene caprichoso? No, es un niño saludable en franca fusión emocional. Necesita tiempo para entrar en relación con el lugar, el ruido, el olor, la dinámica, la actividad y las caras nuevas…y cuando ya está listo para interrelacionarse… se le exige otra vez que cambie de realidad y recomience la fusión emocional con otra situación, que es la calle, la vuelta a casa, el apuro, el auto, etc. Normalmente, los niños aceptan retirarse si se llevan consigo algo que los conecte con el lugar con el que entraron en relación fusional. Es fundamental que comprendamos que no son maleducados por querer llevarse algún objeto, aunque sea insignificante, (un autito, una golosina, una guirnalda), sino que están respondiendo al ser esencial del niño pequeño. Y lo que tenemos que ofrecer los adultos es tiempo para permitirles el pasaje de una fusión a otra. Hay adultos que se enojan por la insistencia de los niños en querer llevarse un objeto de la casa de familiares o amigos. Mi sugerencia es permitirlo, con el compromiso de devolver el objeto en la próxima visita; de lo contrario, los guiños terminan escondiendo en los bolsillos lo que pueden… para horror de los padres, cuando lo descubren, ¡que creen que el niño se convirtió en un ladrón!
Este estado fusional de los niños va disminuyendo con el correr de los años, en la medida en que su “yo soy” va madurando en su interior psíquico y emocional. Pero cabe destacar que un niño que ha sido exigido para soportar grandes separaciones siendo muy pequeño, tendrá mayor tendencia en permanecer en relaciones fusionales mucho tiempo más. En la adultez se convierten en relaciones posesivas, hartantes, basadas en los celos y la desconfianza, que en realidad no son otra cosa que un grito desesperado para no quedarse eternamente solos.
Extraído del libro La maternidad y el encuentro con la propia sombra, Editorial del Nuevo Extremo
Laura Gutman es psicoterapeuta familiar, especializada en la atención de madres de niños pequeños y parejas. Se especializó en temáticas de maternidad, lactancia y vínculos familiares. Desarrolló una línea de pensamiento personal sobre la realidad emocional de las mujeres que devienen madres y el universo de los bebés.
Para difundir y aplicar sus ideas fundó y dirige Crianza, una institución con base en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en la cual funciona una escuela de capacitación para profesionales de la salud y al educación, los grupos de crianza para madres, seminarios breves para profesionales, terapias individuales y de parejas y publicaciones sobre maternidad y crianza.
Otros libros de la autora: Puerperios y otras exploraciones del alma femenina, La revolución de las madres, La familia nace con el primer hijo, Mujeres invisibles, madres invisibles.
www.lauragutman.com.ar