Parashá Vaieshev
El hijo favorito de Iaacov era Iosef. Éste le hizo confeccionar una túnica de lana de muchos colores como signo de distinción…
Iosef tuvo dos sueños con el mismo mensaje obvio. El odio de sus hermanos se intensificó cuando conocieron el contenido de esos sueños. En el primero, los manojos de espigas de sus hermanos se inclinaban ante el suyo, que estaba en medio de ellos. En el segundo, el sol, la luna y once estrellas (representando el resto de la familia de Iosef) se inclinaban ante él. La deducción era que todos los miembros de la familia se subordinarían a él. Iaacov le reprochó haber despertado la enemistad de sus hermanos aunque él personalmente confiaba en que los sueños se harían realidad.
Cuando los hermanos de Iosef estaban vigilando los rebaños de su padre en Shejem, Iaacov lo envió a observar cómo iban las cosas.
Al verlo acercarse, los hermanos decidieron que ésa era su oportunidad de complotar para matarlo, arrojar su cuerpo a un pozo y luego encubrir su acto diciendo que había sido devorado por una bestia salvaje.
Reuven sabía que eso era un crimen. Quería salvar a Iosef pero comprendió que los demás hermanos no entenderían sus palabras. No obstante, logró convencerlos de que no lo mataran sino que lo arrojaran vivo en un pozo cercano. «Que no sean vuestras manos las que lo hieran directamente» arguyó Reuven. El se proponía regresar secretamente, más tarde, después de que sus hermanos se hubieran ido, para salvar a Iosef. Cuando éste llegó, sus hermanos lo despojaron de su túnica y lo arrojaron vivo al foso, como había sugerido Reuven.
En ese momento advirtieron que se acercaba una caravana de ishmaelitas que transportaban especias a Egipto, y a Iehudá se le ocurrió la idea de vender a Iosef como esclavo en lugar de causar directamente su muerte. Los demás hermanos aceptaron este nuevo plan y vendieron al joven a los viajeros ishmaelitas por veinte (piezas) de plata.
Reuven, que estaba lejos cuando esto ocurría, regresó al lugar y para su gran pesar no halló rastro alguno de Iosef. Los hermanos empaparon su prenda en sangre de cabra (que es parecida a la del ser humano) y la llevaron a Iaacov, quien se convenció de que Iosef había sido devorado por una bestia salvaje y lloró su pérdida por mucho tiempo.
Entretanto, Iosef había sido vendido y vuelto a vender muchas veces. Los ishmaelitas lo vendieron a comerciantes midianitas, y éstos a Potifar, un funcionario del Faraón, en Egipto.
Iehudá se había casado con la hija de Shúa un comerciante, y tuvieron tres hijos. El primero se casó con una mujer llamada Tamar, pero murió poco después del casamiento. El segundo hijo se casó entonces con ella, pues era costumbre que el hermano sobreviviente del esposo fallecido se casara con la viuda sin hijos (ibúm). Pero este segundo esposo también murió poco después. Iehudá temía que su tercer hijo muriera también si desposaba a Tamar, de modo que le pidió a ésta que aguardara en la casa de su padre hasta que su hijo menor tuviera edad para casarse con ella. Iehudá estaba sólo postergando el asunto, pues no tenía la intención de hacer que el matrimonio tuviera lugar alguna vez. Enterada a través de una profecía de que los reyes de Israel descenderían de Iehudá, Tamar se disfrazó y lo engañó para poder concebir un hijo suyo. Cuando su gravidez fue descubierta, Iehudá sin saber que era su propio hijo el que Tamar llevaba en su vientre la condenó a ser quemada. Pero su nuera pudo probar que el padre del niño que iba a nacer era el propio Iehudá. Cuando ella era llevada a la hoguera, le envió bienes personales, diciendo: «Estoy encinta por el poseedor de estos objetos». Iehudá comprendió enseguida y reconoció que era su hijo. Admitió que ella tenía razón, pues él no le había permitido que se casara con su hijo menor, y le perdonó la vida.
Hashem protegía a Iosef y éste tuvo éxito en todo lo que emprendió. Al darse cuenta de esto, Potifar lo designó intendente de su casa. La esposa de Potifar trató de seducir a Iosef, pero él rechazaba sus diarios asedios. Finalmente, ella se sintió ofendida y reaccionó maliciosamente, acusándolo de molestarla, y logró que Iosef fuera enviado a prisión.
Incluso en la cárcel Hashem estuvo con Iosef, y éste encontró gracia en los ojos del guardián, quien lo puso a cargo de todos los prisioneros. Todo lo que ocurría en la prisión era controlado por Iosef.
Mientras permaneció allí se puso en contacto con dos funcionarios reales, el copero y el panadero. Ambos habían ofendido al Faraón y estaban en prisión aguardando la sentencia. Una noche, cada uno de ellos tuvo un sueño, que reveló a Iosef, y la interpretación que hizo éste fue que el copero sería perdonado, pero que el panadero sería ejecutado.
Todo ocurrió tal como Iosef había predicho. Pidió, entonces, al copero que intercediera ante el Faraón en su favor, pero el funcionario olvidó el pedido tan pronto como fue liberado de la prisión.