Por Eliezer Shemtov
Junto a la felicidad, la tranquilidad debe ser una de las condiciones humanas más cotizadas. ¿A quién no le gustaría liberarse del estrés que viene de la ansiedad y las preocupaciones? Pero, la pregunta es: ¿Qué clase de tranquilidad querés?
Hay dos tipos de tranquilidad: la “común” y la “súper”. La “común” es la que te podés imaginar y desear y la “súper” es la que ni te podés imaginar.
Pero, como en todo, cuánto más vale, tanto más cuesta.
Con este concepto se nos habilita una herramienta de gran potencia: poder ver en los obstáculos y estresantes más dolorosos que se nos presentan, todo lo contrario de lo que parecen ser a primera vista — peldaños y catalizadores necesarios para lograr justamente el objetivo que buscas: la máxima tranquilidad.
Esa idea contraintuitiva se basa en algo muy llamativo en la lectura de esta semana, Vaiéshev1 . La lectura abre con decirnos que “Jacob se asentó en la tierra donde vivía su padre, la tierra de Canaan”. Había llegado finalmente a la tranquilidad luego de haber sufrido las persecuciones perpetradas por su hermano Esaú y su tío Labán. Acto seguido leemos sobre cómo su hijo favorito Iosef es secuestrado y vendido como esclavo por sus propios hermanos y lo único que Jacob sabe de la desaparición de su hijo es que “un animal salvaje lo había devorado”.
¿A qué se debe semejante contraste tajante de eventos? Y ¿cómo se explica que toda la lectura que trata de la venta de Iosef y el subsiguiente sufrimiento de Jacob se denominara Vaiéshev, “se asentó”, término que implica tranquilidad y seguridad?
Rashi nota esta yuxtaposición extraña y explica, basado en el Talmud, que, efectivamente, una cosa tiene que ver con la otra. Jacob quiso estar tranquilo. Dijo Di-s: ¿no alcanza con que los justos tendrán tranquilidad en el Mundo Venidero como para que pidan tranquilidad también en este mundo? En seguida saltó el episodio de Iosef.
Ahora se entiende aún menos: ¿Acaso es pecado querer estar tranquilo y pedírselo a Di-s? Y si está mal pedirlo, ¿no alcanza con no cumplir con el pedido, todavía hay que responder con lo contrario, causar un sufrimiento inimaginable?
El Rebe — que su mérito nos proteja— explica que fue justamente para cumplir con el pedido y deseo de Jacob que Di-s provocó la saga de Iosef. Jacob ya estaba en una situación de tranquilidad “común” y para poder acceder a la tranquilidad “super” hacía falta pasar por el proceso de la pérdida de Iosef y el dolor inconsolable que provocó.
Veamos por qué.
¿Con qué objetivo quizo y pidió Jacob tener tranquilidad? Obviamente no era por pereza o comodidad personal, ya que el único objetivo que los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob buscaban era el de servir a Di-s. No tenían ningún interés personal. En términos cabalísticos eran una merkavá, o carruaje, cuya función es hacer llegar al que maneja a donde quiere ir. Su objetivo fue aprovechar cada instante y situación para poder servir a Di-s mejor. Jacob había entendido que al estar tranquilo y sin distracciones iba a poder lograr mucho más en ese sentido que al estar agitado, estresado y perseguido.
Di-s tenía otra idea. “Sí,” Jacob, “entiendo por qué querés tener la tranquilidad que te faltaba todos estos años, pero te voy a dar una tranquilidad mucho más profunda que ni te imaginas y por eso no se te ocurrió buscarla y pedirla.”
Jacob había buscado la tranquilidad no como un fin en sí mismo, sino como herramienta para lograr algo mayor. Di-s quiso darle una tranquilidad que vale por sí mismo, como un premio, consecuencia natural de todo lo que había hecho en su vida. Y la única manera de poder lograrlo era pasando por el proceso triturador de la venta de Iosef, como señalan nuestros sabios: la aceituna larga su aceite recién luego de que la prensen.
Un punto más:
El mayor impedimento a la tranquilidad es la inseguridad que viene de la falta de certezas. “Sí, tengo tanto y cuanto, pero ¿quién me garantiza que el día de mañana no lo vaya a perder? ¿Cómo sé que todo lo que construí perdurará?” Uno no puede saberlo con certeza; solamente puede confiar —o no— en que así sea. La única manera de saber si algo es destructible o no es tratar de destruirlo. Al intentar de destruirlo y no lograrlo, uno puede tener la certeza de que lo que tiene es indestructible. En todo lo que es material, dicha indestructibilidad es relativa porque no hay nada físico que sea indestructible (por lo menos en cuanto a sus características físicas y funcionales se refiere, ya que nada realmente se destruye, únicamente se transforma). En lo espiritual, en cambio, sí podemos hablar de la indestructibilidad. Una verdad es indestructible; si se puede destruir quiere decir que no es verdad y nunca la fue.
La única manera para que Jacob tenga la tranquilidad de que su carácter, valores y enseñanzas —su legado espiritual— eran indestructibles, fue verlos sometidos a la prueba de la destrucción. Efectivamente, luego de haberse concluido la saga de Iosef con el reencuentro luego de veintidos años (!) entre padre e hijo, Jacob vivió los mejores diecisiete años de su vida. Pasó la prueba. El legado de Jacob era y será indestructible.
La herramienta de esta semana: no te desanimes cuando las cosas parecen andar mal; aprovechadas correctamente llegarás a un lugar muy superior al que tú mismo imaginabas y aspirabas. Tu verdadero potencial, el “aceite” que contienes, únicamente se larga luego de romper las estructuras cómodas que sirven para limitarte e impedir el acceso a él.
Basado en Likutei Sijot 30, págs. 176-183